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El Telégrafo

Las diferencias nos enriquecen

24 de julio de 2013

La gran novedad de nuestro tiempo es la participación ciudadana en todos los campos. Esta dinámica se desencadenó en Seattle, Estados Unidos, cuando innumerables jóvenes protestaron contra el Fondo Mundial Internacional. Continuó con la elección de gobiernos progresistas en América Latina.

Despertó en los países árabes para mayor democracia y equidad. Volvió a aparecer con los “Indignados” en Europa y Estados Unidos. Ahora se manifiesta en Brasil para reducir las desigualdades existentes en este gigante de América Latina.

Las actuaciones de Assange y Snowden nos demuestran que individuos particularmente preparados son capaces de jugarse la vida para denunciar las prácticas más descaradas del imperialismo mundial cuyo eje central es Estados Unidos. Esta solidaridad se transforma en propuestas alternativas para enfrentar al “monstruo” neoliberal y encontrar caminos de una convivencia más respetuosa y justa.

La sociedad y la Iglesia deben desconfiar del pensamiento único para cultivar diferencias, enriquecernos todos e impulsar un proceso incluyenteEn la Iglesia católica, esta exigencia de mayor participación se expresó oficialmente hace 50 años, a fin de actualizarse y responder mejor a los desafíos del mundo actual. Parece que después de 5 décadas de tira y afloja, el papa Francisco quiere que llegue a la Iglesia más transparencia, más participación y más actualizaciones desde las bases.

Su visita en Brasil será una muestra de cómo sintonizar desde la fe cristiana con las demandas ciudadanas no solo de ese país sino de toda América Latina y de la cristiandad en general.

Ecuador también ha emprendido su proceso de participación ciudadana con muchas dificultades. El muy mayoritario apoyo electoral al presidente Correa demuestra una exigencia de cambio, con dos escollos a evitar: uno de parte del Gobierno, cuyo riesgo es pensar que está investido de un poder absoluto para cambiar lo que le parece necesario; y otro de parte de los mismos ciudadanos con la tentación de quedarse pasivos frente a los cambios que los benefician.

Tanto en la sociedad como en la Iglesia, el reto es el mismo: desconfiar del pensamiento único para cultivar las diferencias, enriquecernos todos y llevar adelante un proceso incluyente que facilite la participación cada más amplia de ciudadanos, colectivos y pueblos que conforman este, nuestro país.

En estos días, la celebración de un aniversario más del martirio de monseñor Alejandro Labaka y de la hermana Inés, por defender a los pueblos no contactados, nos provocan a abrirnos a todas las culturas y construir un arcoíris de humanidades y trascendencias que nos enriquezcan a todas y todos.

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