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El Telégrafo

Las becas para las ciencias sociales, un debate necesario

21 de enero de 2014

@mazzuele

El incremento de la inversión en todos los niveles de la educación, la tan necesitada reforma de las universidades, el ambicioso programa de becas, los mejores académicos traídos de todo el mundo, la iniciativa de Yachay y mucho más. No creo equivocarme en afirmar que el sector de educación ha sido una de las insignias del Ejecutivo y el que mejor ha encarnado esa necesidad de construcción de la patria nueva.

Hay méritos indiscutibles que ni las polémicas levantadas ad hoc por los que defienden intereses particulares y los escépticos de profesión han logrado lejanamente rasguñar. Sin olvidar los rostros de los que han dado vida a esta revolución: una serie de compañeros plenamente comprometidos y con clareza intelectual que no tiene pares con ninguna otra área del Gobierno.

En septiembre del año pasado se limitó ulteriormente el monto de las becas en la convocatoria abierta para las ciencias sociales.Es por la relación de franqueza que me ata a muchos de ellos que me parece oportuno señalarles que, a mi forma de ver, la reciente reforma de las becas de excelencia en ciencias sociales es problemática. Según la nueva disposición, estas becas se restringen a 15 universidades en todo el mundo. Ya en un artículo publicado hace varias semanas había señalado el sesgo imperante en gran parte de la academia mundial, sobre todo en lo que concierne a la enseñanza económica. Mi propósito de fondo era el de animar un debate sobre la necesidad de reformar los criterios para la atribución de las becas, cuestionando implícitamente incluso la misma categoría de excelencia. Con tristeza constato que ese artículo ha caído como letra muerta.

Muchas veces renombre no significa mayor calidad, sino mayor ortodoxia. Yo mismo he sido testigo de eso. Cuando estudié en una de estas universidades, padecí  una discriminación evidente por mis simpatías políticas y fui penalizada por eso. Por otra parte, el nivel de enseñanza definitivamente no estuvo por encima de otras universidades, no de excelencia que están excluidas de los rankings, instrumentos a menudo más decidores de la cercanía al capital que de la creación de pensamiento alternativo.

De esta manera se corre el riesgo de atraer al país más ‘Chicago Boys’ que economistas comprometidos con el cambio social. En la mayoría de los departamentos de economía de las universidades seleccionadas rige un apegue acrítico a la teoría neoclásica, y la misma tendencia conservadora vale para las demás ciencias sociales. Los conocimientos en ciencias sociales que le harían bien al país –y que estarían en línea con su orientación política– se encuentran regados en muchas, diferentes universidades: el tema es ir a buscar, carrera por carrera, en cuáles, un trabajo largo y minucioso que aún no se ha hecho.

En septiembre del año pasado se limitó ulteriormente el monto de las becas en la convocatoria abierta para las ciencias sociales. Si bien es cierto que es necesario atraer al país más expertos y profesionales, según los requerimientos del cambio de la matriz productiva, asegurémonos de que los científicos sociales formados en el exterior que el día de mañana integrarán la clase dirigente del país no nos vayan a decir que el cambio de la matriz productiva es una utopía desarrollista y que es necesario volver a arrodillarse al Banco Mundial.

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