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El Telégrafo

Las aduanas, que se abran las bocas

13 de febrero de 2014

Con motivo de nuestro artículo del jueves anterior -‘Corrupción’- nos han llegado numerosos comentarios, todos de encendido apoyo a la denuncia del tema y con algunos aportes. Uno de ellos afirma que “hay jovencitos ‘pelucones’ que llegan a sus funciones en  las aduanas en carrazos, muy elegantes, sin ningún corazón ardiente por la patria, y sin que les importe para nada el Buen Vivir, a no ser el suyo propio”. Lo singular de estas opiniones es que sus autores no se muestran adversos al gobierno de la Revolución Ciudadana sino más bien dolidos de que ocurran estas cosas, o cuando más decepcionados. Todos quisieran que la corrupción fuera castigada allí donde se la encuentre, sean cuales sean las instituciones del Estado. Y tienen razón, pues los actos de corrupción oficial son un atraco al bolsillo de todos, un crimen de lesa sociedad, de lesa patria, de lesa humanidad. Traban el desarrollo del país, postergan la justicia social, ahondan la pobreza. Pero no es fácil combatir la corrupción, por acrisolada que fuere la honradez de los principales mandatarios. Y es que ella se oculta en los vericuetos de la burocracia, en el miedo de los honestos que carecen de mando, o que están lejos de los niveles de decisión.

Cuando los corruptos están sobre los otros, usan el halago, el chantaje,  la represalia, la intimidación. Y el temor al desempleo sella las bocas.El lagarto no se presenta de cuerpo entero, se embosca de mil maneras, cuando más alguna vez muestra la punta de la cola. Además, cuando los corruptos están sobre los otros, utilizan el chantaje, el halago, la represalia, la intimidación. Y el temor al desempleo sella las bocas. Y sin embargo, estas deben abrirse. Con valentía, con fuerza, con decisión. Hay que tomar en cuenta que todo proceso político, por sanas intenciones que tenga, sea simplemente democrático o revolucionario, corre el riesgo de podrirse si la contaminación, que tiene muchas vías, avanza sobre los organismos de la comunidad. Con razón decía el ‘Che’ Guevara: “En una revolución se puede meter la pata, pero no la mano”.

Pero claro: no todo consiste en que se abran las bocas y se denuncie lo que se deba denunciar. Los organismos de la administración pública y los gobiernos seccionales, de provincias y cantones, deben arbitrar medidas para perseguir la corrupción: designar funcionarios idóneos para ejercer el seguimiento y la vigilancia de los actos administrativos, ofrecer respaldo y garantías a los denunciantes, colocar buzones para que los funcionarios de cualquier nivel y la ciudadanía puedan depositar denuncias y documentos, entre los cuales se hallaría sin duda mucha basura, pero también pistas y datos importantes. Eso no es todo. Es imprescindible impulsar activamente una cultura anticorrupción, en toda la escala de la educación, de los medios de comunicación masiva, con limitación -y prohibición, si hace falta- de los espectáculos y programas nocivos del cine y la televisión, que glorifican el individualismo, la competencia insana, el poder y la riqueza, cualesquiera fuesen sus orígenes. Es en el campo de la cultura, cuando esta se ha convertido en un charco pestilente, donde florecen los hongos venenosos de la corrupción.

Como parte fundamental de una nueva cultura debe ser combatida la creciente tendencia al consumismo, lo mismo expuesta en los malls que en la comida chatarra, y que se expresa elocuentemente luego de las fiestas colectivas, igual en navidades que en otras festividades, o que luce en decenas de patios de autos nuevos, donde millares de unidades están listas para ser lanzadas a una contaminación ambiental cada vez más perniciosa y asfixiante.

Las nuevas generaciones deben ser formadas en el espíritu y la práctica de esta nueva cultura. Así como hay héroes y heroínas de la patria, el pueblo debería también designar y honrar a los héroes y heroínas de la anticorrupción.

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