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El Telégrafo

Las academias nacionales (2)

13 de septiembre de 2012

La situación las academias nacionales debe convocar la preocupación nacional. Muchas de ellas han envejecido, han decaído en su labor y se han convertido en pequeños círculos endogámicos, poco interesados en renovar su membresía. Y hay academias que han quedado reducidas al membrete y cuya única manifestación de existencia es la ocasional reunión de aniversario.

Es cierto que la Academia Nacional de Historia, la Academia Ecuatoriana de la Lengua y la Academia de Historia Marítima y Fluvial incorporan periódicamente nuevos miembros y mantienen publicaciones regulares. Pero incluso ellas no pueden limitarse a marchar en su propio terreno. Deben tener debates internos y reuniones académicas abiertas, que alimenten debates mayores en el país.

Un caso patético es el de la CCE, cuya declinación espiritual y organizativa se ha reflejado en el agotamiento o desaparición de la mayoría de sus secciones académicas, con grave perjuicio para el país. Y digo esto porque hay campos académicos que la CCE cubría y nadie más lo ha hecho ni lo quiere hacer, como el de las Letras. Porque la prestigiosa Academia Ecuatoriana de la Lengua se ocupa, en estricto sentido, de cuestiones relativas al estudio y defensa del idioma, como lo revela su misma membresía, mayoritariamente integrada por lexicógrafos, gramáticos y lingüistas, y en menor medida por literatos.

El Ecuador actual requiere varias academias hoy inexistentes. Necesita de una Academia de Ciencias, que por suerte parece estar en gestación, bajo el impulso de los mismos científicos. Pero además requiere una Academia de Letras, que convoque al cruce de ideas de literatos y periodistas; una Academia de Artes Visuales y otra de Artes de la Representación, que abran espacio formal para los ricos debates teóricos que hoy se dan en el mundo sobre estos temas; una Academia de Educación, donde pedagogos y maestros discutan sobre esta nobilísima tarea social, y varias otras.

Los nuevos directivos de la CCE deben recuperar las raíces institucionales y poner  la Casa a tono con el presente. Ella fue y debe volver a ser una academia de la mayor importancia, superando el populismo cultural que la convirtiera en simple escenario de alquiler para espectáculos ajenos o editorial para libros de amigos.

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