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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

La verdad corrompida

30 de abril de 2015

John Kenneth Galbraith, uno de los grandes economistas del siglo XX, fue muy respetado como profesor de teoría económica, que desde 1949 ejerció en la Universidad de Harvard, considerada como un testamento intelectual, fruto de su interpretación sobre las consecuencias de la política económica en la sociedad.

Sostuvo que tanto los políticos como los medios de comunicación han metabolizado los mitos del mercado y señalado que la economía se estimula si la intervención del Estado es mínima, o que las diferencias salariales y el enriquecimiento de unos pocos son reglas inherentes del sistema que hay que aceptar como males menores, lo que en la práctica se interpreta como estar vencido ante el engaño o dar como bueno y válido el fraude.

Galbraith nos conduce a interpretar que en la actualidad, cada cual se cree portador de la verdad sobre los fenómenos que acontecen en lo político, económico y social. Cada académico cree tener la razón y quiere imponerla sobre la base de sustituir la realidad por su voluntad, pero la sabiduría popular nos recuerda el legado del poeta español Ramón Campoamor de que “en este mundo traidor no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira”.

Al pensador francés Jean-Baptiste Say, los economistas le agradecen mucho la concepción sobre los mercados de que toda oferta crea su propia demanda. Pues hoy transitamos por esa realidad cuando observamos el mercado de la verdad donde cada uno cotiza la suya, como una mercancía cualquiera, y en función de eso surge la ingratitud, la traición y el afán de venderse al mejor postor; en tanto, la desvergüenza nos invade, la indignación nos arruga el alma y la dignidad se ausenta.

Nunca podré olvidar la asignatura de lógica formal y dialéctica, la cual me impactó con el concepto de epistemología para explicarnos que al hablar de creencias, hablamos fundamentalmente de la verdad lógica, o en todo caso de la verdad semántica.

Por ende, hay que diferenciar las 3 grandes verdades que la filosofía nos enseña: la existencia de la verdad absoluta, la verdad percibida y la verdad científica, pues con ello construimos un sistema de conocimientos que nos permite llegar a elaborar nuestra verdad, es decir, nadie tiene el derecho a imponernos la verdad de su percepción, ya que la verdad malintencionada es peor que la mentira.

Ya lo advirtió el sabio romano Marco Tulio Cicerón de que “la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio, porque en ella se conjugan tres características como son: la honestidad, la sinceridad y la buena fe; y mucho abusan utilizando su verdad para desahogarse desde su interior, ya que para escribir solo hay que tener algo que decir, ocultando sus intenciones malsanas”.

Por esta razón es importante recordar al escritor Gaetano Salvemini, cuando afirmó: “La imparcialidad es una ilusión de los tontos, una jactancia de los oportunistas o una bandera de los deshonestos; nadie tiene derecho a ser imparcial entre lo verdadero y lo falso”. (O)

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