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El Telégrafo

La valoración social del docente

11 de septiembre de 2012

A raíz de las medidas tomadas por la Senescyt respecto a los “umbrales” de puntaje para el ingreso a las carreras de interés público, se ha generado un debate sobre el acceso a los programas de educación. Los puntajes referidos dan cuenta del nivel de “aptitudes” (no conocimientos) para ser admitido en la educación superior. El puntaje para las carreras destinadas a formar los perfiles que laborarán en el sistema educativo será como mínimo de 800/1.000.

Es importante recordar que para medicina la nota establecida fue igualmente de 800. Sin embargo, esto no generó discusión alguna ni en asociaciones médicas, ni en autoridades universitarias, ni en columnas de opinión. La pregunta es, entonces, ¿por qué para la profesión docente el puntaje es “muy alto” y para la profesión médica es “razonable”?
Esto nos remite a la cuestión fundamental: ¿Cuál es la valoración social que tenemos sobre los perfiles que deben formar en escuelas y colegios a las noveles generaciones del país?

Si nos quedamos con la polémica expresada en recientes notas de prensa, la dificultad que trajo aparejado el “puntaje” es no haber llenado las plazas que tenían las facultades y con ello no haber cubierto las expectativas de las autoridades universitarias. ¿Pero es ese realmente el problema?

Quizás deberíamos estar preocupados de otra información que brindó el SNNA. Por ejemplo, ¿por qué los perfiles de bachiller que eligen las carreras docentes sacaron en promedio 647 puntos para las opciones de carácter presencial y 606 para otras modalidades (notas por debajo del promedio del examen nacional)? ¿Por qué bachilleres con bajas aptitudes son los que están postulando a carreras docentes?

Esto nos lleva a su vez a otro plano. Es indispensable conocer por qué los candidatos eligen esta profesión, qué expectativas tienen en cuanto a exigencias, responsabilidades individuales y sociales, formas de ascenso y crecimiento, etc. Cuestiones que atañen al valor social de este trabajo. Demás está decir que todas esas “ideas” y “representaciones” no son producto exclusivo de las mentes de los jóvenes graduados, sino resultado colectivo de años y años de construcción.

Por esta razón llama la atención que aquellos que se dedican a dirigir los procesos formativos de futuros maestros y profesores estén más preocupados que el umbral de 800 puntos ha dejado “vacías” sus facultades, a que solo 184 personas de 3.636 postulantes lograron alcanzar el piso establecido. Esto devela que se trata de un asunto de orden cualitativo antes que cuantitativo.

La sensación que deja el debate, al menos hasta ahora, es que seguimos haciéndonos las preguntas equivocadas. Continuamos pensando en el marco del viejo sistema de educación superior que funcionaba a demanda (del mercado o de quien sea) sin preguntarse por los fines, insulado en su propia lógica, en ausencia de políticas que preserven el interés común y alejado de las soluciones de los grandes problemas del país.

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