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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

La urgencia de otro Tribunal Russell

29 de agosto de 2014

En la década de los años 60, en plena escalada belicista de EE.UU. en la conflagración de Vietnam, bombardeos nocturnos masivos sobre Hanói y otras ciudades y pueblos de Vietnam del Norte causaron miles de muertos. Abrasados por bombas de napalm, explosivos que se adherían a la piel de sus víctimas, civiles que dormían, quemándolos por completo en minutos. Acciones que violaban convenciones sobre la guerra.

Surgió entonces  la idea  de crear un tribunal internacional que juzgara los delitos que se cometían y a sus autores frente a la impotencia de la ONU y los países de Occidente que, impávidos, observaban las masacres, no solo en la capital vietnamita sino también en el medio rural.

Sir Bertrand Russell, científico inglés, lideró la iniciativa que llamó la atención al mundo de las oprobiosas acciones sobre la población civil. El impacto en la opinión pública que tuvo el accionar fue de tal relevancia que, al poco tiempo, se dieron exitosas pláticas, que culminaron con los tratados de paz de París y Ginebra. Bertrand Rusell sufragó los gastos de las actividades del tribunal vendiendo su afamada biblioteca.

Los medios del planeta han anunciado que ha estallado paz en Palestina después de jornadas inmisericordes de cañoneo por aire, mar y tierra del poderío militar israelí sobre Gaza. En 50 días en  que agotaron sus arsenales de bombas, misiles y proyectiles -surtidos ya por el gobierno del presidente Obama- para  blancos programados con bombarderos y tanques modernos, artillería blindada, arrasaron la historia.

Armas diabólicas de última generación, utilizadas en acciones criminales contra seres indefensos, a los que antes se les negó el futuro y ahora se les quita la vida. Se ha manifestado así y en forma acabada la ferocidad paranoica del fundamentalismo de Estado. Son hechos que violan múltiples resoluciones de la ONU y los acuerdos de Oslo. La garantía de la existencia de la nación judía se transformó en ideología de agresión, como en los totalitarismos.

Las espeluznantes cifras referentes solamente a la población infantil palestina masacrada por la agresión superan toda  perspectiva de victimización bélica colateral y la convierten en actos de genocidio, como bien lo ha declarado el presidente Correa. Martirio agravado por la devastación de la infraestructura urbana de canalización, agua y electricidad.

Guarismos de terror; 497 niños asesinados por los ataques. Miles más mutilados, ciegos y sordos; otros muchos con traumas psíquicos de difícil superación; huérfanos por doquier con el estupor grabado con fuego de la muerte de madres, hermanos y amigos, la mayoría ganados por la resiliencia de los cercanos siniestros, y todos  con sus valiosas vidas destruidas como lo están sus hogares, escuelas, hospitales y familias.

Y la camarilla genocida que lo ordenó seguirá hablando de su propio holocausto. Empero, hay que recordarles que con fanfarrias marcharon en Núremberg los arios invictos, y en unos años terminaron lúgubremente. Los fatídicos eventos acontecidos no pueden ni deben olvidarse.

La carnicería en la Franja de Gaza, fríamente realizada buscando el exterminio de  personas  inermes, nos impulsa a pensar en la necesidad sentida  de un nuevo Tribunal Russell, integrado, entre otros, por miembros de los millones de judíos del orbe, contrarios a la matanza, para que indague, juzgue y condene a los culpables de estos crímenes contra la humanidad. Parafraseando la frase de Churchill en 1945: Nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos.

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