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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

La ultraderecha británica y las elecciones europeas

20 de mayo de 2014

@mazzuele

Las elecciones europeas que se celebrarán en los próximos días traen nubarrones amenazantes para quienes han aspirado a construir el sueño de la unificación europea con el árido compás del ingeniero social en cuartos alejados de la realidad en vez que con la legitimación popular y la ampliación de las conquistas democráticas. De tal manera, ese sueño se ha transformado progresivamente en una atormentada pesadilla, sobre todo para los que habitan las zonas más periféricas de la Unión, obligados a sufrir el liderazgo alemán, alérgico a los cuestionamientos sobre las políticas de austeridad e indiferente a los padecimientos ajenos. Pregunten a los griegos.

Sin embargo, la Unión Europea despierta rechazo incluso donde es difícil atribuirle injusticias del tamaño de lo que ha pasado en Grecia, pero donde la opción de la unificación siempre ha sido mirada con cierta sospecha: la virtual afirmación del partido ultranacionalista británico UKIP indica que los fantasmas del fracaso de la opción europea nunca se disiparon por completo. Sin embargo, se trata solamente de uno de los numerosos focos de extrema derecha que se van prendiendo por el Viejo Continente en respuesta al ficticio consenso tecnocrático que tiene su epicentro en Bruselas, aunque su éxito promete ser más pronunciado que en otros lados.

Liderado por el carismático Nigel Farage, UKIP podría de hecho resultar el partido más votado y Reino Unido despertaría el viernes por la mañana con un cuadro político totalmente alterado: la última vez que un partido considerado menor se impuso sobre los tradicionales partidos conservador y laborista se remonta a casi un siglo atrás. Si bien el UKIP ha hecho de la radicalización del escepticismo hacia el camino europeo su principal arista política, desafiando ‘la timidez’ del partido conservador al respecto, su discurso mezcla las peores vertientes del repertorio disponible para un partido de esa orientación ideológica, prometiendo la protección de los valores tradicionales y proponiéndose como heredero de la tradición thatcheriana de liberalización económica, distanciándose en este sentido de la ultraderecha francesa de Marine Le Pen, cuyas recetas económicas contemplan más estado y protección social.

La faceta más preocupante de Farage, sin embargo, ha sido la adopción de posturas que bordean el racismo: públicamente desaprobado por el mismo líder, la intolerancia hacia lo ajeno, lo diferente reaparece continuamente en los ambiguos eslóganes empleados por él mismo y otros miembros de su partido. La intolerancia es particularmente vehemente hacia aquellos ciudadanos comunitarios que andan ‘robando’ puestos de trabajo a los británicos: Farage ha tenido incluso que disculparse por haber exagerado hace pocos días refiriéndose a los rumanos. El problema es que la etiqueta de decencia empieza a tambalear, pero no las cifras arrojadas por las encuestas.

¿Y si para derrotar a esta ola seudo fascista que anda agitando los sueños de los demócratas en países como Reino Unido, Francia, Hungría, Dinamarca, Finlandia y otros más hiciera falta un viraje de la izquierda europea? En un editorial aparecido en The Guardian, hace pocos días, se aboga por la construcción de un populismo de izquierda que desplace tanto a la ortodoxia económica así como a la ultraderecha. En vez de apuntar injustamente a los migrantes, el populismo de izquierda apuntaría a los ávidos intereses corporativos, que hoy en día encuentran generosa acogida en los círculos de la centroizquierda europea. El ejemplo de Alexis Tsipras en Grecia, que acaba obtener otro resultado alentador en las elecciones seccionales de este domingo, traza la única línea posible para evitar que el disenso hacia una tecnocracia empobrecedora se transforme en un mal peor.

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