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El Telégrafo

La troncha

24 de agosto de 2013

Hasta que los opositores encontraron una presa grande que roer, la bendita “troncha”: durante años estuvieron esparciendo falsedades, esperando a que el pueblo se convenciera de que les iban a quitar una parte de sus casas, que el sistema dólar iba a ser cambiado por una nueva moneda con el consiguiente descalabro económico, que las tierras iban a ser confiscadas y entregadas a los indígenas, que los tiburones iba a ser exterminados en una especie de holocausto, que los cubanos vendrían para constituirse en la fuerza de choque del Gobierno y que se montaría un sistema de vigilancia al estilo de los comités de defensa de la revolución, entre otros delirios.

Durante los últimos años, hemos asistido a todo tipo de sainetes y  acusaciones, algunos   de la más baja estofa, poniendo en duda, por ejemplo, las preferencias sexuales del Jefe de Estado, en un afán de destruir la imagen del Gobierno, apelando a las taras más oscuras de nuestra cultura, pero nada de ello les ha dado resultado: cada vez que tuvieron que enfrentarse en las urnas al Gobierno fueron derrotados hasta prácticamente desaparecer.

Ahora que, no sin dolor, el Gobierno da pie atrás en una de las iniciativas históricas de la humanidad, misma que nos hizo soñar con que la solidaridad internacional apoyaría la preservación de este espacio tan especial del planeta, la oposición se ha frotado las manos con entusiasmo y se ha disfrazado de ecologista para salir a los medios de comunicación a rasgarse las vestiduras. Esa oposición -que siempre ha sido la misma, que siempre lo será- cree, imagina, que por fin se abrió un boquete en las, en apariencia, sólidas murallas del Gobierno, y que por ahí deben ingresar a destruir lo que encuentren a su paso.

Es cierto, es muy probable que la afectación vaya más allá del mentado 1% y que, pese a la voluntad política de los actuales gobernantes, en el sentido de no dañar más allá de lo indispensable este espacio con tanta diversidad, de seguro la tubería (que esta vez irá bajo tierra y tendrá una flexibilidad que hará muy difícil su rotura) en algunas ocasiones nos pasará una factura dolorosa en más de un sentido, pero no se puede ignorar la propuesta de fondo del Gobierno: transformar la matriz productiva, lo que significa, entre otras cosas, cambiar nuestra dependencia respecto del petróleo, pero aprovechando hasta donde se pueda esos mismos recursos, para encontrar nuevas fuentes de energía y, sobre todo, nuevos productos de exportación que nos libren de la maldición de ser exportadores eternos de materias primas, mientras los países desarrollados nos regresan nuestras mismas materias primas transformadas en productos elaborados a un costo mucho mayor o, por el contrario, nos las cambian por productos tecnológicos que no están sujetos a los vaivenes del mercado, como sí lo están en cambio nuestras materias primas. Todo esto mientras se continúa en el combate contra la pobreza, que no solo se manifiesta en lo material sino -y sobre todo- en las taras culturales que nos han mantenido en donde estamos hasta ahora.

Pero a la oposición -la de siempre- no le interesa ninguno de estos argumentos -argumentos que nunca tuvo en mente cuando fueron gobierno o representaron la oposición a esos gobiernos- sino lanzarse sobre esta aparente “troncha” y, con mucho ruido, echar abajo este gran proyecto -que no pocas fallas ha tenido y tiene- de la llamada Revolución Ciudadana, pero que hasta ahora ha logrado transformar a nuestro país en un lugar y un tiempo para incubar las mejores esperanzas.

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