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El Telégrafo

La toma del Moncada

27 de julio de 2012

El 26 de julio de 1953, Fidel Castro Ruz y ciento veinte valientes y decididos cubanos -todos ellos civiles de las más diferentes profesiones y oficios- atacaron, para ocupar el cuartel Moncada, ubicado en Santiago, capital de la provincia de Oriente.

Dicho enclave castrense, el segundo en importancia en la República, integrado por 1.500 soldados y oficiales con un armamento moderno: fusiles automáticos, ametralladoras y morteros y una gran dotación de parque, era un objetivo muy especial e importante para iniciar la rebelión contra el corrupto gobierno de Batista, fruto de un golpe de Estado y cabeza  del mayor régimen de terror instaurado en Cuba.

Los intrépidos combatientes comandados por Fidel, en contraposición, disponían de armas livianas y cortas y alguna dotación de munición, pero atacaron el emplazamiento batistiano a pesar de la desproporción bélica tan manifiesta, iluminados por la sublime entelequia y la sagrada perspectiva de convertir a la isla en una realidad diferente en lo político-social de aquella del viejo país, sometido a las cadenas aún rezumantes de la Enmienda Platt, por ello, muchos entregaron su vida como simiente vigorosa en aras de un futuro luminoso para el pueblo cubano.

En combate tan desigual, las metas de copar el acantonamiento militar no se pudieron cumplir, aunque la idea conceptual del ataque insurreccional de despertar el pensamiento ciudadano frente a los males que agobiaban a la nación estaba satisfecha, y luego vendría el Granma, la Sierra Maestra y la mañana entrañable del 1 de enero de 1959,  la del triunfo revolucionario.

La batalla del Moncada fue la génesis de la epopeya cubana por la libertad y equidad de su gente, y la de los otros conglomerados de Latinoamérica y del planeta. Su gesta como un ejemplo aleccionador de la historia permitió concebir que los ideales de la justicia social y la liberación nacional son un fin en sí mismo, y una expresión de ética suprema  de la humanidad.

En ese día glorioso y luctuoso, el mundo palpitante y radiante del amor patrio cubrió a los cinco justos caídos en la  lucha y los 56 asesinados y torturados por la soldadesca batistiana, ebria de odio y de venganza, entre otros, Renato Guitart, Guido Fleitas, Pedro Marrero, muertos en los primeros instantes de la desigual contienda; Abel Santamaría, Boris Saint Coloma, bárbaramente mutilados; y los otros lapidados y fusilados sumariamente después de haber sido capturados vivos.

La decantada existencia de los puritanismos noticiosos no le dieron en su tiempo la relevancia histórica a la actitud y el accionar rebelde de tomar el Moncada, y solo lo mostraron como una elusiva forma de contradicción política, sin darse cuenta de la profundidad de sus ideales y las evidentes raíces martianas implícitas en su interacción.

Empero, la Cuba profunda, la de los humildes, estableció una virtualidad sustancial que fue más allá de los mitos evanescentes de la esperanza, para solventar una severa y relevante conciencia social que ha permitido la arquitectura de una nueva vida bajo la sombra de la soberanía nacional y de sus triunfos en múltiples áreas del conocimiento y la actividad humana, cuyos antecedentes fiables están en el acontecimiento que evoco, la fallida toma del Moncada, que pronto conmemorará sesenta años.

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