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El Telégrafo

La seducción ambientalista

26 de agosto de 2013

El purismo de cierto sector ambientalista, tanto de las derechas como de ciertas izquierdas, que enarbolando un discurso de las culpas, cargado de retórica moralista y peor aún de exigibilidad, ha demostrado una profunda escasez de solidaridad con los sectores más pobres. Falta de solidaridad que ha hecho que se confundan principios, diferencias ideológicas y políticas, no viendo la trama de las relaciones de poder que se ponen en juego entre las posiciones de derecha e izquierda a nivel mundial. Desde las posiciones cómodas de cierto segmento de la clase media, media alta, se ha “despertado” un sentimiento de dolor, de ser víctimas de la injusticia; de pronto parecería que han conocido por primeras vez las injusticias sociales que van mucho más allá de la defensa del Yasuní.

Este problema de clase está muy atravesado por los privilegios por los accesos a bienes y servicios sociales e incluso en la capacidad de darse ciertos gustitos que los posiciona en una ecología para ricos y una ecología para pobres. Es decir que la posición ecológica no es una cosa de simple sentido común, sino de conocimientos, derecho de información, posición política, etc., por eso las derechas asumen que tienen posición ecológica, bondadosa con el mundo cuando hacen sus banquetes para recolectar fondos para los hambrientos.

Y la clase media bien puede perderse en la seducción ecológica del consumo suntuario, cuando hace un radical reduccionismo pensando que la ecología es la defensa de lo verde; excluyendo la diversidad y amplitud de la vida, por supuesto donde se incluye lo humano; pero lo humano que está en disputa con otros seres humanos que viven bajo los privilegios, los accesos a los bienes y servicios del mercado, que pueden “escoger” que pueden ser verdes los fines de semana y de manera contemplativa, pero eso sí con una fuerte indolencia frente a las inequidades, la pobreza extrema, el analfabetismo, la parasitosis, la desnutrición; cuando es fácil hablar del país, de lo nacional con profundo desconocimiento de la pobreza forzada en comunidades, recintos, etc., o que solo se reducen a imágenes de un “buen fin de semana de paseo familiar o entre amigos”.

La ecología es un campo de poder en disputa y donde las corporaciones mundiales de la comunicación han posicionado “paraísos” terrenales para el disfrute vacacional. La ecología es una disputa política por sus sentidos. Pensar reducir, como alguno que otro opinólogo hace, incluso citando a Benjamin, Foucault, Marx,  Zizek, etc., a una cuestión de culpas desde la comodidad de sus oficinas o su smartphone es despolitizar los derechos de la naturaleza. Aquí el responsable es el capitalismo financiero internacional y nacional; sus socios transnacionales que ahora quieren lavarse las manos del petróleo que fueron botando por toda la Amazonía. Aún vemos a la Amazonía con los ojos de los antropólogos del siglo XIX, entre lo exótico y racista.

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