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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

La revolución conservadora en la izquierda local

23 de febrero de 2014

Gracias al artículo del mexicano Jorge Volpi, ‘La revolución conservadora’, se llega al ensayo de José María Ridao, La estrategia del malestar, y se  entiende lo que ocurre en el mundo en esta segunda década del siglo XXI. Hasta donde he leído de ese libro, como dice Volpi, la ortodoxia económica decretada por los conservadores “generó una de las mayores catástrofes de los últimos tiempos, en la cual millones perdieron sus empleos o sus viviendas y vieron descender su nivel de vida a rangos de la posguerra”.

Y algo más (que calza en la coyuntura ecuatoriana cuando, desde la izquierda tradicional, calificar de derecha a su opositor en el poder parece la mejor fórmula sin medir el sentido de la política que solo termina haciendo el favor a las élites económicas): “Los conservadores se adueñaron perversamente del término liberalismo, en su estrategia de disminuir a toda costa el poder del Estado, al tiempo que publicitaron la idea de que la izquierda se hallaba sumida en una profunda crisis, hasta que la izquierda terminó por creerlo”.

Si bien Ridao se enfoca fundamentalmente en el impacto de la crisis en el norte, a la vez revela esa suerte de colonialismo cultural e ideológico que calza en algunos actores políticos para colocar el paradigma de la democracia occidental como el único al que está predestinado el género humano. Es como si no hubiesen ya otras posibilidades. Y es así como por acá, sectores de la ultraizquierda y la derecha mediática, llaman a votar por los mayores conservadores o señalan que ha llegado la hora de “darle un mordisco al poder hegemónico”.

“Los conservadores se adueñaron perversamente del término liberalismo, en su estrategia de disminuir a toda costa el poder del Estado...”Nunca antes vimos tanta coincidencia entre esos dos sectores, tanta sintonía y hasta conscupiscencia a partir de unas moralidades políticas con base en el paradigma impuesto tras la caída del Muro en 1989. Sintonizados así, parafraseando a Ridao, la estrategia es generar un malestar o expresar ese malestar desde posturas que toman distancia de paradigmas liberadores y no de los liberales, asumir las revoluciones como círculos y no como espirales, enfrentar al ‘enemigo’ del momento y no a la estructura de poder real en las economías y sociedades, elevar el discurso victimizador y no contar con una estrategia de poder para cambiar la realidad y no solo al sujeto en el cargo.

Cuando Europa mira a América Latina y los ensayos políticos premiados los últimos tres años destacan los procesos de esta región como conductores de nuevas fórmulas, casa adentro -en Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil o Uruguay- la izquierda tradicional mira hacia un lado porque no tiene la sensatez partidaria para asumir las responsabilidades del momento y ancla todo su discurso y accionar en la ‘protesta’, ‘resistencia’ y ‘oposición’ desde donde no asume ningún riesgo, compromiso relevante con la transformación y desata unas supuestas dignidades revolucionarias para ubicarse en el altar sacrosanto de la política.

Desde mañana, como ya ha pasado en los países antes mencionados, esa izquierda dirá que ha llegado el momento de luchar para las próximas elecciones y que los resultados de hoy solo revelan las culpas de un sector que no supo escucharla, a ella, tan lúcida y brillante, pero eso sí, cómoda para no arriesgar nada, elaborando los mejores diagnósticos y solazándose con los errores ajenos.

Así han sido siempre: cuando gobernaba Febres-Cordero, cuando dejaban pasar las recetas de Mahuad o cuando tuvieron la ocasión de dirigir una constituyente y dieron un paso al costado para dejar que los otros cargaran con los supuestos errores  y los costos de la disputa política.

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