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El Telégrafo

La “reserva moral”

10 de julio de 2012

Los índices de pobreza ubican a cincuenta millones de mexicanos en esta condición, de los cuales el 10% vive en la extrema pobreza y el 24% no accede a la alimentación. Siendo la decimocuarta economía mundial, cerca del 90% del crecimiento de su PIB se concentra en las manos del 1% más rico de la población.

A esto se suman los cincuenta mil muertos de cinco años de política de guerra contra el narcotráfico y quinientos mil migrantes que anualmente cruzan la frontera huyendo de la violencia. Este es el rostro más humano de México. 

Un país con una cultura tan rica como la variedad de sus colores, paisajes y productos, se contrasta con las huellas del neoliberalismo, concurrente de la mano del PRI a partir de 1988 que privatizó el 90% de empresas nacionales, firmó un TLC con Estados Unidos y Canadá, reformó la ley agraria para la venta de las tierras comunales y liberalizó el sistema financiero. Todo esto con consecuencias nefastas. 

El pueblo mexicano, otrora precursor de revoluciones, lleva cerca de treinta años de pérdida del poder adquisitivo del salario, abandono del campo, eliminación de aranceles a importaciones, vigencia de monopolios en los medios de comunicación y crecimiento constante de la violencia.

Sin embargo, estas condiciones, lejos de aplacar la naturaleza revolucionaria de este pueblo, ha generado una propuesta de transformación nacional anclada en la participación de la ciudadanía y en el despertar de la juventud mexicana, cuya demanda incluye democratizar esos medios de comunicación, cuestionando su manejo y poderes detrás.

Aquí, la utilización de Internet y redes sociales ha significado un canal alternativo que informa de una realidad no transmitida, que no esconde la pobreza y la violencia, como tampoco esconde la esperanza.

Andrés Manuel López Obrador volvió a levantar la bandera del cambio y sacudió el sistema planteando reconstruir la economía, redistribuir la riqueza, romper los monopolios y ejecutar una política de seguridad no genocida; apelando a la “reserva moral” de este pueblo, esa reserva que la ubica en la capacidad de apoyarse en su propia historia, en su cultura, sus formas de organización y solidaridad, para ganarle al poder del dinero en las urnas, en un proceso pacífico y democrático. 

Esa reserva moral -que el pasado 1 de julio volvió a encontrarse con el fantasma del fraude electoral-  no pudo empujar a todo el pueblo mexicano a “ser dueño y constructor de su propio destino”.

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