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El Telégrafo

La realineación geopolítica escandinava

15 de octubre de 2013

La atribución del premio Nobel de la Paz 2013 confirma una sospecha que ha ido progresivamente enraizándose en los últimos años. No se puede decir que ese galardón haya sido inmune de discordias en el pasado, pues su potencial polémico yace en el sentido que se quiere atribuir a la palabra paz, un significante en permanente contestación. Pero el premio -cada vez más unilateralmente- se ha vuelto  un instrumento para perpetuar representaciones hegemónicas y ortodoxas de las relaciones internacionales. Un premio Nobel acomodadizo con los intereses de las grandes potencias occidentales, para expresarlo en términos más claros.

¿Cómo interpretar de otra forma la entrega del premio a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas? Hay que ser sumamente claros sobre un punto: las armas químicas son una amenaza para la humanidad que hay que combatir. Su erradicación es un deber moral para las fuerzas políticas y estatales que pretenden situarse en el campo de la decencia. Pero el extraño interés por el tema en esta coyuntura política no puede escapar ni siquiera a un aprendiz de los asuntos internacionales. La reciente crisis siria desatada por la hipócrita preocupación estadunidense hacia estas armas –tras haberlas utilizadas ampliamente en otros contextos bélicos- despierta sospechas sobre la puntualidad política del premio.

El uso instrumental del Nobel se sitúa en el contexto del viraje de la política de los países escandinavos, una transición desde ejemplos de socialdemocracias soberanas e independientes a apéndices imperiales. En Noruega, país emisor del galardón, el partido laborista ha perdido las últimas elecciones tras conducir una política neoliberal, la cual ha conllevado su participación en las misiones en Afganistán y Libia. Paralelamente Suecia, donde se otorgan los otros Nobel, ha dado luz verde a la participación en los programas de rendición extraordinaria liderados por la CIA, y ha cedido a las presiones estadunidenses de cerrar el sitio de file-sharing Pirate Bay y de intercambiar información sobre ciudadanos suecos. En un cable procedente de Estocolmo publicado por WikiLeaks, la misión diplomática estadounidense llega a la conclusión de que la neutralidad sueca en temas de seguridad ya se acabó.

Por cierto, WikiLeaks. Suecia es también el país que pide la extradición de Julian Assange por dos acusaciones carentes de evidencia empírica y que se rehúsa a interrogarlo en la Embajada ecuatoriana en Londres, así como a prometer que no lo extraditaría a EE.UU. Qué raro que sus primos noruegos hayan descartados tres buenos candidatos: además de Julian, también Chelsea Manning y Edward Snowden hubieran sido óptimos ganadores.

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