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El Telégrafo

La realidad internacional, los derechos humanos y la ética

11 de mayo de 2012

Durante más de dos milenios, la historia ha estado presente -la mayoría de las veces- como testigo comprometido  de atroces violaciones de los DD.HH. en nuestro planeta. Las agresiones de todo orden a las necesidades individuales y colectivas, y a los derechos fundamentales de las personas humanas y sus territorios vulnerados en forma asaz arbitrarias, desde siempre son, por tanto, y con seguridad, una deuda humanitaria de connotaciones infinitas. La cuenta impaga de violencia y crueldad de unos cuantos seres humanos contra una mayoría que se encontraba  en la absoluta vulnerabilidad tiene un monto incuantificable.

Tales quebrantamientos fueron y todavía siguen siendo una de las mayores angustias de la humanidad. Su mirada de siglos no ha bastado para cubrir la gama de transgresiones contra las mujeres, los hombres y sus patrias, en todos los tiempos, ya que, según y en acuerdo con la visión iusnaturalista, los derechos humanos existen desde la presencia del homo sapiens en la Tierra.

La expectativa de la dignidad humana como elemento consustancial a la vida continúa como tal, las heridas de la sociedad global se mantienen abiertas por la acción de los perpetradores de la norma natural y jurídica. En la medida  que los gobiernos y los conglomerados sociales no asuman su rol de cumplir y exigir la consumación de los preceptos humanitarios y los Estados, todas aquellas normativas de política exterior estructurales, bajo el prisma de la vigencia histórica de la ética como guía sustancial con el desarrollo y respeto de los derechos humanos y las garantías que permitan su ejercicio, la doctrina será letra muerta.

Si la coexistencia y el deber de honrar los tratados, junto los principios de autodeterminación e independencia  de todos los terruños se establecen -no solo la de los poderosos en lo económico y militar, también y desde luego, la de  los desposeídos de toda clase- solamente en ese instante se podrá pensar en una paz justa.

El sustento moral y su prevalencia están muy claros, a partir del acatamiento del valor del convivir de todos los individuos y su entorno. Con la sujeción y la observancia  del ejercicio de las leyes  se puede lograr una comunidad universal progresista y de fraternal convivencia entre los pueblos del orbe. Los DD.HH. de los sujetos, la soberanía  de los países, por indefensos que aparezcan, son, o deberían serlo, preocupaciones de enorme relevancia para el mundo.

Sin embargo, la bitácora de estas épocas nos muestran una sustantividad de transgresiones terribles contra las poblaciones civiles  y los recursos naturales.

Después de la finalización de la II Guerra Mundial, las invasiones a repúblicas soberanas en tres continentes causaron destrucción y muerte de millones de seres humanos, al igual que la cimentación de formas de hambre generacional, la institucionalización del gasto militar, los genocidios de toda índole y las pandemias que no respetan ninguna frontera, han  permitido sustentar un panorama de perspectivas sombrías y sangrientas para la raza humana, con el ahondamiento de los tormentos de la mayoría de sus habitantes.

En contraposición, las transnacionales gozan de riquezas inimaginables, y sus dueños y gerentes, de muy buena salud y la mejor de las existencias.

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