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El Telégrafo

La primavera árabe, dos años después

11 de octubre de 2013

La realidad política del mundo árabe en la primera mitad del siglo XX fue y es similar a lo que sucedía y sucede en  los países pobres del planeta: se solventa entre el dolor y la esperanza, la cadena  ininterrumpida de actos de sus gobernantes, la mayoría de ellos, ilegítimos fantoches reñidos con los intereses de sus ciudadanos, y además la acción rapaz y criminal de los imperios que ha trazado el destino nefasto a un pueblo y una cultura considerada de las fundamentales del orbe, que durante siglos ha entregado aportes  sustanciales para el progreso de la humanidad.

La  actitud antipatriótica de sus reyes y de una élite corrupta y complaciente con los poderes extranjeros establecieron, en la pasada centuria, regímenes teocráticos, de índole tribal  familiar que aún se sostienen,  y donde la explotación de sus recursos naturales fue el leitmotiv  de su existencia como países; sin embargo, frente al  nauseabundo entreguismo y vilezas de su clase dominante, aparecieron militares nacionalistas tales como Nasser en Egipto, Kassen en Irack, Assad (padre) en Siria, que buscaron otras vías para el desarrollo de sus patrias y que lograron temporalmente independizarse de aquellas influencias malsanas y de la  explotación inmisericorde de sus riquezas naturales por las metrópolis europeas: Inglaterra y Francia.  Lustros más tarde un desconocido coronel libio derrocó al decadente monarca Idris e inició un período fructífero de cambios en una sociedad que vivía en una situación civilizatoria comparable a la vida de los habitantes de los conglomerados europeos de las postrimerías de la edad media.

El costo por la acción patriótica de estos estadistas fue diverso: Karin Kassen fue ahorcado en el putch organizado y financiado por la CIA, junto a miles de sus compatriotas también asesinados. Nasser falleció por causas no aclaradas todavía, y Assad  gobernó su tierra hasta su muerte. Kaddaffy fue linchado por los bandidos  contratados por la OTAN. Con los intervalos de casi 60 años la historia se repitió, pero con  sevicia, en la cuna de la civilización humana, Sadam fue colgado por el ejército ocupante y un pueblo se desangra en una forma de apocalipsis actualizada y religiosamente relievada en los noticieros. Egipto colapsado, las movilizaciones liquidaron al autócrata Mubarak, empero no logró su libertad por otro golpe de Estado gestado en los servicios secretos de Occidente y continúa en la incertidumbre. En Siria la recia actitud de su pueblo, sus FF.AA. y la opinión mundial pararon la invasión  promovida por USA; pero la muerte de inocentes  y la  destrucción son graves, ambos procesos son cubiertos por la prensa mundial.

Mas, Libia se ha convertido en un Estado fallido, los mercenarios han retaceado la Nación, dividiéndola al mejor postor, crímenes, violaciones en plena vía pública, las embajadas de USA y Rusia han sido asaltadas con víctimas. La República Libia mostraba altos estándares en educación, salud y empleo; actualmente  esos servicios y el trabajo son precarios o inexistentes. Frente a este caos institucional sus máximas autoridades han admitido su absoluta incapacidad  para proteger la vida y bienes de sus ciudadanos y de los extranjeros, causando temor justificado de los ejecutivos petroleros que se frotaban las manos en la perspectiva de negocios en un enclave ocupada por el imperialismo transnacional, pero que ahora la extracción de hidrocarburos se ha reducido a la mitad. Sin embargo, frente a esta realidad  de terror cotidiano y destrucción económica, existe todo un  “apagón  mediático”. Solo una revista con  el  típico  cinismo inglés asegura que en Libia hay una “implosión de carácter feudal cuyos responsables son los libios”.

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