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El Telégrafo

La política al mando

15 de febrero de 2013

Muchos, en nuestros países, se mesan los cabellos diciendo que “hay mucha concentración de poder”. Y se refieren al poder político; con malicia o buena fe, según el caso, pretenden que aquello que ha sido votado mayoritariamente por el pueblo carezca de fuerza, no pueda decidir, sea tímido y vacilante.

Es exactamente al revés, la real situación. Cuando los gobiernos son débiles, gobiernan -de hecho- los poderes no elegidos, no controlados y que nunca se van: la geopolítica imperial, la jerarquía eclesiástica, los gerentes de las multinacionales, los dueños de los grandes medios de comunicación. Todos estos, acostumbrados a gobernar casi siempre en nuestros países, ponen el grito en el cielo cuando se ha puesto un límite a su arbitrio. Por eso hablan de pretendida “concentración de poder” por la política, cuando ellos tienen de hecho una mucho mayor concentración de poder, que no desaparece con los nuevos gobiernos, sino que se enfrenta al poder legítimo de estos.

El único modo de que haya democracia es que la política mande. No que haya solo “gestión”, administración lineal de lo ya existente. Hacer política es tener un plan para el país, realizarlo desde el gobierno y, por ello, si se favorece a las mayorías, tener que enfrentarse con los poderes antidemocráticos  que existen de hecho en la sociedad; los llamados “poderes fácticos”, que ocultan su propio poder, que lo disimulan hipócritamente.

Nadie tiene todo el poder político en nuestros países. Pero aun si alguien lo tuviera, estaría muy lejos de tener “todo el poder”. Por el contrario, tendría necesariamente que forcejear con estos poderes que nadie eligió y que allí están, agazapados pero activos, desgastando en todo lo que pueden los procesos democráticos y populares latinoamericanos actuales. No en vano es tan mala la prensa que se hace a los gobiernos de Venezuela, de Bolivia, de Argentina y Ecuador.

La democracia implica a la política en el puesto de mando. Por ello, la democracia requiere márgenes de concentración de poder político que impidan que la política sea subordinada por los poderes fácticos. Por supuesto, concentración que debe implicar a un líder en conexión con su pueblo organizado, con modalidades de representación colectiva establecidas desde movimientos sociales y agrupaciones partidarias.

Pero que quede claro: solo gobiernos fuertes -que en nada significa autoritarios, como sí lo han sido los de derecha- podrán doblar el brazo al gran capital y a sus títeres presentes en diferentes estamentos sociales.

Por eso son esos títeres del dinero los que gritan hoy contra el poder político, queriendo ser ellos los únicos detentores de poder, a sabiendas de que nadie los elige ni piensan abandonar la comodidad de sus sitiales.

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