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El Telégrafo

La “peachedefobia”

02 de abril de 2013

Cuando en 1221 el Emperador Federico II sentenció que los médicos alemanes debían cursar una carrera de 5 años en la Escuela Médica de Salerno para poder ejercer su profesión, se armó un escándalo entre los galenos del imperio. Los antiguos consideraban su experiencia mucho más valiosa que aquellas clases teóricas que recibía la juventud en las nacientes universitas del Medioevo europeo.

El conflicto generacional fue, en realidad, de corta duración. Para el siglo XIV la valiosa experiencia médica tendría que construirse sobre fundamentos teóricos sólidos fruto del estudio académico. Había nacido la profesionalización.

Ocho siglos después un grupo  minoritario de universitarios ecuatorianos se resiste a aceptar los altos estándares académicos introducidos por la Ley Orgánica de Educación Superior. Despliegan una aversión especial al doctorado de cuarto nivel o Ph.D., en el contexto de una normatividad que exige que los profesores titulares principales (la cúspide de la pirámide docente en Ecuador) tengan este nivel de estudio para el 2017. El discurso es el mismo: el de los sabios y su experiencia, que no necesitan de estudios avanzados para realizar su profesión.

En los últimos días ciertos sectores se han radicalizado, empleando un discurso cada vez más chauvinista –hasta disfrazado de resistencia al colonialismo occidental– en defensa del statu quo. Desde el Gobierno se ha hecho hincapié en la necesidad del postgrado para institucionalizar la carrera académica y su escalafón, e incentivar la investigación; además de argumentar que el Ph.D. es igual de occidental que los antibióticos, la cerveza o el fútbol, todos elementos poco resistidos en el quehacer diario latinoamericano.

Ecuador hoy produce cerca de 20 patentes anuales; Brasil produce cerca de 5.000. Y no es un problema de falta de recursos: nadie aplica para conseguir los fondos que ofrece el Estado para financiar los inexistentes proyectos de investigación. Nuestra academia poco académica y nuestros “doctores” sin doctorados han estado dedicados, en el mejor de los casos, a la transferencia –y no a la generación– de conocimientos. El estado lamentable de la mayoría de las tesis de tercer nivel, es un resultado evidente de la falta de práctica investigativa de tutores y profesores, y del sistema universitario en su conjunto. Y esta ausencia de cultura investigativa responde a un círculo vicioso, íntimamente ligado a la existencia de un profesorado con título de tercer nivel que no ha transcurrido aquel lustro de soledad y concentración frente a una pregunta de investigación.

Evidentemente, el postgrado no lo es todo. No sustituye, ni tampoco obstaculiza, la vocación. Simplemente fue ideado, desde la época de Federico II, como un requisito para acceder a la carrera académica, para aquellos estudiantes que querían permanecer en el “claustro” universitario en vez de salir a la sociedad a ejercer su profesión.

En Ecuador se hizo exactamente lo contrario. Para poder competir en el mercado laboral había que tener una maestría (o un MBA), pero era más que suficiente ser licenciado para ser profesor universitario. “Aunque sea profesor no más”, reza todavía aquel dicho desafortunado.

La “peachedefobia” responde en realidad a una denotada defensa de intereses gremiales de profesores con bajos niveles de formación o de edad avanzada, pero reacios a acogerse a la jubilación. Por lo demás, resulta evidente que todo proceso para normar el ingreso y ascenso en una profesión, en un contexto previamente desregulado, conlleva inevitablemente un grado de conflictividad generacional, que se supera, infaliblemente, con el tiempo.

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