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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

La paz colombiana

27 de junio de 2014

El rotundo triunfo electoral de Juan Manuel Santos para la reelección a la primera magistratura colombiana tiene sustancialmente varias lecturas, aunque hay una muy específica: la búsqueda de una paz negociada con una agenda fundamental que traspase el conflicto civil armado de media centuria de iniciado, inscrito como una de las guerras civiles más antiguas del mundo.  

Las condiciones objetivas que lo originaron 50 años atrás es probable que se mantengan todavía, sin embargo, abonan al optimismo por una pacificación justiciera en el país hermano los éxitos obtenidos en las negociaciones del proceso de paz que se lleva a cabo en Cuba, en aquellos temas como el de la tenencia de la tierra, factor determinante y bandera de lucha de las FARC, ampliamente discutido y acordado en las pláticas de La Habana.

Otros elementos esenciales, como la temática  de la inclusión y participación electoral de la insurgencia -ya decididas- y el de la reparación de víctimas y del enjuiciamiento de los culpables de crímenes de lesa humanidad -en pleno análisis-, son señales muy fuertes de que hay una luz potente en el camino para la consecución de la concordia de un pueblo que ha sufrido, a lo largo de su atribulado coexistir, múltiples contiendas intestinas, como la conflagración de los mil días entre los bandos conservadores y liberales relatados en haz mágico, por el nobel Gabriel García Márquez, que configuró así la imagen trágica de las contiendas fratricidas.

Las expectativas de la reconciliación del conglomerado social colombiano, se encuentran, entonces, insertas bajo los mejores y relevantes auspicios y el apoyo de toda Latinoamérica. Y es que la desaparición de la política y los mezquinos intereses de grupos pueden ocultar la realidad de una nación constreñida en los altos postulados de progreso y  en sus principios fundamentales de soberanía durante mucho tiempo, pero no siempre. Nunca por toda su existencia.

Colombia -la hija pródiga del Libertador Bolívar- merece superar elusivas contradicciones y edificar nuevos caminos sustentados en categorías éticas y sendas de justicia y dignidad para su pueblo inteligente y pujante. La forja de la unión de sus connacionales es el mayor arsenal de argumentos a esgrimir y generar la arquitectura de una paz invencible que aventaje medio siglo de beligerancia entre hermanos, para que las nuevas generaciones no revivan estos hechos luctuosos, ni siquiera con el doloroso pensamiento de una nostalgia perdida en las brumas del tiempo, y más bien surja, cual luminoso advenimiento, una conciencia colectiva de libertad y solidaridad.

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