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El Telégrafo

La pasaremos bien

28 de septiembre de 2012

En las complejidades del poder y el escenario político agresivo en el que vivimos, las relaciones familiares se han convertido en una perversión dentro de las esferas públicas. El manejo de estas relaciones dentro de nuestra arena política ha mostrado la densidad de la sangre y las decisiones, absolutamente erradas para el normal funcionamiento, no solo de la democracia, sino del quehacer diario del servidor público. No solo reducido al padrinazgo que se manifiesta dentro del proceso burocrático, sino también elevada a esas interacciones que se dan en los niveles más altos del Estado.

Están, enfrascados en este tumulto, la rifa de dinero que fue la familia Bucaram, nepotismo descarado y millonario; las relaciones abiertamente manejadas de la familia Gutiérrez. También la contraparte de la familia Correa, donde el hermano del Presidente se convirtió en el figurín necesitado de fama cuyo discurso, del más bajo y chabacano, terminó con una fallida inscripción de su movimiento político bajo un manto de tropicalidad patrocinado por una prensa que no busca altura en sus estándares.

A comienzos de la semana leí la columna de Xavier Lasso; una carta de despedida de su oficio de periodista ante la candidatura a la Presidencia de su hermano. Manifiesta su postura ante el proyecto de Guillermo Lasso, evidente en la línea política que ha mantenido en más de veinte años de oficio. Pero, a pesar de no apoyar el proyecto político de su hermano, no deja de lado el vínculo fraterno que “se construye desde siempre en un buen hogar”. Deja su labor, porque -además- no quiere “someterse al morbo de algún periodista mediocre”.

Entonces Xavier Lasso marca la historia en un andamiaje político que atrae por sus posibilidades de poder. Dentro de una postura ética que extraña en la avaricia agresiva de un sistema donde despuntan los torcidos comportamientos políticos de sus actores, Xavier nos demuestra que uno puede ser hermano, puede disentir, y puede hacerlo con altura. Ha negado al cainismo de Fabricio, ha bloqueado ese nepotismo hipócrita de los Gutiérrez. Y ha demostrado, consecuente a su accionar en la carrera periodística, que sí hay una salida moralmente valiente de los conflictos que nacen de la actividad política.

Como amigo y compañero, no puedo más que dedicar esta columna a quien despunta por sus valores. El periodismo perdió a un emblema. La sociedad ha ganado un ejemplo. El destino que le depare el futuro lo tendrá bien merecido.

Hasta luego Xavier. La pasaremos bien.

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