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El Telégrafo

La oposición cerril es propia de malvados

14 de agosto de 2012

La capacidad de aguante de las masas empezó a agotarse desde el primer día, por  su demostrada renuencia a ejercer las funciones del cargo que le confirió el electorado ecuatoriano.

Prefería presentarse en las plazas y avenidas del país cantando con Los Iracundos o hacer el ridículo de ofrecer un millón de dólares para que Diego Armando Maradona juegue con la casaquilla del Barcelona de Guayaquil, en un partido de fútbol en el que él también jugaría.

La política económica de su gobierno, que no sabemos quién la manejaba, era de corte netamente neoliberal, y por presentar programas de privatizaciones de empresas estatales, provocó un gran descontento en la población. 

Un estallido de intensas protestas en su contra, que no tuvo la más mínima oposición porque nadie salió a defenderlo, finalizó el 6 de febrero de 1997, cuando el Congreso Nacional, con 45 votos de 82, lo expulsó del poder argumentando “incapacidad mental”. Cuatro días antes había cumplido cuarenta y cinco años de edad; y también cuatro días le faltaron para que sean apenas seis meses el tiempo que ejerció el cargo de primer mandatario.

Desde entonces se autoasiló en Panamá. Y nadie entiende cómo puede subsistir 16 años, él y su familia, sin que tenga un trabajo conocido. A este político que nunca logró aprender nada, a los sesenta y un años de edad se le antoja retomar, del modo que sea, el tren del cual lo botaron hace dieciséis años.

No entiende que este momento de gran éxito que vive el compañero presidente Rafael Vicente Correa Delgado, al haber descongelado la crisis institucional que estaba viviendo el país, y empezar a salir de la patria boba y corrupta de la partidocracia avara e indiferente, es el menos propicio para que él pueda resucitar políticamente.

La constante asechanza de Calibán contra Ariel  se debe no solo por acciones propias de él, sino a las omisiones y cobardía de quienes han estado supuestos a enfrentarlo. Somos muy pocos quienes lo hemos confrontado.   

Cuando expresa que fue profesor de Rafael Vicente Correa Delgado, lo hace  con ánimo de superioridad o ventaja, respecto a un hombre superior que está un millón de años luz lejos de él.

Por eso no dice que en algún momento que faltó el profesor titular de gimnasia en la sección secundaria del querido colegio San José-La Salle, lo llamaron a él, que era profesor de gimnasia en la primaria, para que labore mientras duró la corta ausencia del titular.

El verdadero maestro, el formador de juventudes, entiende y acepta que no hace buena recompensa a sus esfuerzos y dedicación quienes siempre permanecen alumnos. Aspira y desea que sus alumnos lleguen a las estrellas, mientras él se queda repitiendo el curso, con nuevos alumnos y con renovados bríos. Pero el irreflexivo autoasilado no sabe de estas cosas.

Como tampoco sabe que la política es un ejercicio para construir responsablemente un país. Y que la oposición cerril es propia de quienes no conocen el amor a la patria.

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