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El Telégrafo

La oligarquía y el puerto

20 de septiembre de 2013

La historia verdadera (aquella que la escriben los pueblos) nos relata que el cuarteto formado por los banqueros, agroexportadores costeños, terratenientes de la Sierra y comerciantes (de las dos regiones), unidos en “santa alianza”, gobernaron para ellos “solitos”.

Uno de los fundadores del Partido Social Cristiano fue Camilo Ponce, quien gobernó desde el 10 de agosto de 1956 hasta el 10 de agosto de 1960. Fue el que dio la orden (¡prohibido olvidar!) para que se disparara al pueblo guayaquileño el 2 y 3 de junio de 1959.

Mediante la expedición de un decreto de emergencia, en abril de 1958, Ponce crea la Autoridad Portuaria de Guayaquil. Se consiguió un crédito del Banco Mundial de 13 millones de dólares y se dio inicio a la construcción del “Puerto Nuevo”. Para el diseño de la obra y la supervisión de la construcción, se contrató a la empresa Palmer y Baker Engineers Inc.

En buen romance, desde sus inicios, las instalaciones del puerto de Guayaquil estuvieron en manos de las élites criollasEl 14 de julio de 1959 el directorio de APG seleccionó a la empresa Raymon S.A. para los trabajos de construcción. El plazo de ejecución fueron 1.006 días. Los muelles, edificios administrativos, bodegas y ayudas para la navegación, fueron inaugurados oficialmente el 31 de enero de 1963, durante el gobierno del Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy.

El primer presidente del directorio de la APG fue Juan X. Marcos, propietario de la hacienda El Guasmo, cuyos terrenos eran aledaños a las instalaciones del puerto recién inaugurado.

Carlos Arroyo del Río –antes de ser presidente– fue abogado de las empresas de Marcos, quien también era propietario de la Sociedad General de Crédito, entidad que se dedicaba a financiar a importadores y exportadores. Luis Noboa Naranjo trabajó para Juan X. Marcos, ganándose su confianza y convirtiéndose luego en su protegido.

Después de la muerte de Marcos, Noboa compró sus bienes y se dedicó a los negocios vinculados con el comercio exterior. A su vez, Febres-Cordero fue empleado de Noboa. Posteriormente “Don Luis” se convirtió en “padrino” y apoyó las primeras campañas políticas de quien fue calificado por el presidente Jaime Roldós como “insolente recadero de la oligarquía”.

En buen romance, desde sus inicios, las instalaciones del puerto de Guayaquil estuvieron en manos de las élites criollas. Varios presidentes –cuyas campañas electorales habían sido financiadas por ellas- pusieron a cuidar el queso nada menos que a los ratones.

En la larga y triste noche neoliberal, la administración de los puertos fue parte del botín político. Muchas fortunas crecieron por el no pago de impuestos al Estado. El contrabando fluía velozmente por los “túneles” que fueron cuidadosamente diseñados por los “entontecidos por el dinero”.

Para el proyecto separatista, es indispensable contar con un puerto. ¿Será esa la verdadera preocupación que tienen las élites criollas? ¿Seguirán manteniendo contactos con la Media Luna boliviana?

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