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El Telégrafo

La OEA está como la… OEA

14 de junio de 2013

A mediados de la década de los 60, en la mayoría de las capitales de América Latina se realizaban multitudinarias manifestaciones en contra del desembarco de los “marines” gringos en la República Dominicana, el mismo que fue ejecutado en el más puro estilo del “gran garrote” y con el aparente beneplácito de la Organización de los Estados Americanos. Dicha intervención de EE.UU. recibió el repudio continental, ya que  el fin fundamental fue apoyar a la junta facciosa que había derrocado y deportado al presidente constitucional dominicano Juan Bosch en 1963, enfrentada ahora  a militares constitucionalistas al mando del coronel Francisco Caamaño, que luchaban por el retorno de la legalidad al pueblo de Santo Domingo y así enterrar la ominosa herencia de la era de Trujillo, la más oprobiosa dictadura de la cual se tenga memoria en el hemisferio.

Santiago de Chile no fue la excepción. Miles de estudiantes y trabajadores, encabezados por José Miguel Insulza, a la sazón presidente de la Federación Universitaria, recorrían las calles y plazas de la capital chilena, protestando por la medida, considerada por la mayoría como un hecho  criminal y de irrespeto por   parte de los imperios para los pueblos.

La Organización de Estados Americanos aprobó  el envío de una fuerza interamericana de paz para poner fin a la contienda. Tal medida fue considerada por la mayoría ciudadana como  la coartada perfecta que requería el Gobierno norteamericano para salir del gravísimo error político que significó la invasión de la Armada norteamericana a un Estado pequeño, inerme, agravado -además- por el objetivo autoconfesado de la intervención, que no era otro que reforzar el bando de los herederos de Trujillo, derrotado por el grupo castrense que luchaba para restaurar la democracia  en la patria dominicana.

El pueblo chileno, ingenioso y sabio, acuñó una frase para calificar este hecho artero e hipócrita de la organización regional: “La OEA está como las...”, la misma que después y durante lustros implicó un vocablo despectivo, cuyo significado sustentaba la calificación de pésimo o de lo peor, se decía entonces, para descalificar una actitud nociva y alejada de la ley de entidades y personas, “estás como la OEA”. Han pasado los años, y es obvio que el sambenito cayó en desuso, pero la OEA continúa en su rol de “ministerio de colonias”, como lo describiría magistralmente Raúl Roa.

Precisamente la semana anterior culminó su 43 Asamblea General, en Antigua, Guatemala, con la  declaración final que, como siempre, se convierte en un manual de buena conducta, obligación absoluta  para los latinoamericanos y de aplicación con reservas para los del muy al norte. Esta vez se trató el tema del comercio infame de las drogas y de la iniciativa del país anfitrión para su legalización, ante el fracaso evidente de la estrategia actual de erradicación de los cultivos de coca y amapola, y la represión sin cuartel de su tráfico, que es un fracaso total y más bien ha fortalecido los carteles de las mafias, como sucede en México, ejemplo fundamental de mi aserto. Empero, esta misma asamblea eligió  a los miembros de la CIDH, uno de los cuales es de EE.UU., no obstante que el Senado de esa nación no aprobó y no reconoce la jurisprudencia de la Comisión de DD.HH.

A pesar de los tiempos transcurridos, la OEA está como la OEA.

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