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El Telégrafo

La nueva ley y el mejor oficio del mundo

28 de junio de 2013

En los últimos días hemos visto una arremetida de los medios privados, no solo contra la nueva Ley de Comunicación sino contra el Gobierno y los ciudadanos. En principio podríamos decir que es entendible, pues la nueva ley no solo que los norma y regula, sino que los podrá sancionar y, además, los obliga a cumplir con sus responsabilidades sociales y culturales.

Sin embargo, me llama la atención la gran hostilidad y agresividad con que ciertos medios privados, y determinados voceros de esos medios, han respondido a la expedición de la nueva ley, incluso -vaya contradicción- apelando a la defensa de los derechos humanos.  Comentarios ofensivos, inclusive, en contra de aspectos absolutamente positivos, como el fomento a la cultura nacional.

Siempre hemos dicho que es necesario contar con una nueva ley de comunicación, que la supuesta autorregulación nunca funcionó y que es falso aquello de que “la mejor ley es la que no existe”. Y también que quien trabaja honestamente, cumpliendo todos los mínimos parámetros éticos y que cada día se empeña en hacer buen periodismo, no tiene el más mínimo temor. Y por el contrario, la nueva ley constituye un incentivo para profundizar el trabajo, la investigación  y caminar siempre apegados a la verdad,  no al filo del abismo.

Me sorprende que voceros de ciertos gremios de periodistas y de asociaciones de propietarios de medios sostengan que no tienen miedo y llamen a los periodistas a no tener miedo. ¿Miedo? Tiene miedo a una ley solo quien atenta contra esa ley, la incumple y la viola. El llamado implica decir: cometan un delito, pero no tengan miedo. La ley debe generar una reflexión en torno a la calidad del trabajo periodístico, la forma en la cual abordamos las coberturas, el acceso a las fuentes, los métodos de investigación, cómo potenciar las capacidades y fortalezas de su capital humano, e incluso en torno a cómo  está funcionando su modelo de negocio.     

Pero no, por el contrario, se aferran al mal periodismo, a la mediocridad y a la amargura. El creciente rechazo de la ciudadanía a esta forma de concebir la información también debería llevar a una reflexión y a enmendar esa visión, incluso tan frívola y superficial con la que se aborda la mayor parte de los temas.

La nueva Ley de Comunicación debe ser una oportunidad -gran oportunidad- para que todos los medios y quienes trabajamos en ellos podamos replantear nuestro trabajo cotidiano. Es una oportunidad para refundar nuestro modo de concebir el ejercicio periodístico. Es una oportunidad para volver sobre los principios y valores, aquellos que nunca debieron dejar de ser la base imprescindible en la cual se asienta la comunicación y el periodismo, que es,  como dice García Márquez, el mejor oficio del mundo.

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