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El Telégrafo

La nostalgia de la palabra

11 de julio de 2012

Qué duda cabe de que la literatura recoge la melancolía del hombre y acoge la esperanza de vientos mejores. Que en sus adentros se configura la huella de la sociedad y la cosmovisión del mundo. Las páginas literarias reconstruyen esa realidad latente, en renovados ambientes y nuevos campos de batalla. Agita banderas con el viento de la imaginación elevando cometas multicolores.

La literatura es una noble herramienta de la liberación del pensamiento y de la incansable estratagema en pos de la creación. Ante la ignominia y la injusticia, la literatura se erige como una manera inequívoca de ética y estética social.

Para su producción, es menester el sigiloso escenario del creador y el papel, desde el rigor y la intimidad. El entorno despoblado de vacuidades y vanos pretextos tiene que ir acompañado de la capacidad de reinvención. Y, desde luego, de la insistente convocatoria a la utopía.

Como afirma Gabriel García Márquez: “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Desde la palabra mágica llega a mis manos “Nosotros los de entonces” (Imprenta Mariscal, 2012), antología de Raúl Pérez Torres, en cuyo contenido sobresalen cuentos de reconocidos nombres de nuestro país: Carlos Béjar Portilla, Iván Egüez, Francisco Proaño Arandi, Abdón Ubidia, Carlos Carrión, Javier Vásconez, Jorge Dávila Vázquez, Jorge Velasco Mackenzie, Eliécer Cárdenas, entre otros.

Resalta con luz propia el lúcido prólogo de Pérez Torres en donde efectúa una didáctica retrospectiva de la literatura ecuatoriana, y, particularmente, puntualiza aspectos trascendentes de la generación de los años sesenta y setenta (Grupo Tzántzico), representados, en gran medida, por los autores incluidos en dicha propuesta antológica. 

En “Nosotros los de entonces” se aprecian textos de aventuras y desventuras, de amores y desamores, de vino y nostalgias, de ideologías y rupturas, de alegrías y quebrantos, de madrugadas y dolores, de sueños mochileros y corajes lejanos, de guerrillas inconclusas y revoluciones marchitas, de pasión y rabia, de ausencias y amistades prolongadas, de decepciones y esperanza.

En una descriptiva definición de Raúl Pérez: “una literatura de la ambigüedad, de la angustia, de la incertidumbre, del desencanto del hombre y sus instituciones; una literatura que, sin embargo, busca la identidad perdida, la inocencia, el gesto, el otro rostro de una existencia urbanizada y encementada, literatura que fluye de la conciencia, que interioriza en los eslabones rotos del ser humano que desquicia lo cotidiano que revela su secreto, que envuelve, alumbra y oscurece la identidad del hombre común, que se olvida de la anécdota para ir vertiginosamente a la esencia existencial de un gesto, una palabra, una lágrima; una literatura hasta cierto punto secreta, con el áurea de un diario íntimo, donde el antihéroe sin ornamentos se mira al espejo, hace muecas, grita a la conciencia del lector para juntos empezar siempre una faena lúdica y trágica de búsqueda de la dignidad, de la libertad, del amor extraviado”.

Ni más, ni menos.

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