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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

La Navidad como propósito permanente

23 de diciembre de 2014

Diciembre otra vez se impone en el calendario anual. Período de bullicio en donde se exteriorizan variados sentimientos. Si bien se conmemora el nacimiento de Jesús, lamentablemente, tal evocación tiene fuertes repercusiones materialistas, con lo cual se tergiversa la esencia festiva. Es en esta fecha en donde deben aflorar profundos criterios  cristianos, sin embargo, los hechos desdicen de tal anhelo colectivo.

La solidaridad debe entenderse desde aquellas actitudes altruistas y no desde la parafernalia que ciertos medios inducen como práctica caritativa (las teletones son la muestra palpable del utilitarismo con el cual se asume la Navidad). Es el desprendimiento personal el que debe prevalecer como una conducta intrínseca del ser en momentos de invocación misericordiosa. Lo cierto es que ningún gesto filantrópico servirá como herramienta para suprimir las inequidades sociales. A ello vale decir que es por demás cínico volverse bondadoso en la coyuntura decembrina cuando el egoísmo se impone en el trajinar cotidiano y el individualismo forma parte de la deconstrucción social.   

Emanan mensajes trillados de meros compromisos de etiqueta y deseos trivializados en lo mundano, mientras el sentido navideño discurre entre las pomposas estanterías de proyección comercial, en tanto, los significados que sugieren la liberación espiritual no dejan de ser sofismas en el marco de la descomposición comunitaria. La sociedad se pervierte en el lucro y el banquete de medianoche. Es la postal del hombre aturdido por su propia ambición. Es la recreación de la avidez economicista en pleno escondrijo capitalista.     
Los saludos prefabricados ratifican los clichés de buena conducta, sin que importen los conceptos idealizados que provoca la Navidad, cuyo ambiente nos devuelve la ternura a partir de la raigambre tradicional ligada a la entonación de villancicos, pases del Niño Dios, reparto de caramelos y galletas, preparación del pesebre, etc.

Antes que intercambio de obsequios, convendría que haya un desprendido reparto de valores, empezando desde el núcleo familiar, como testimonio auténtico de prevalencia humana. Es vital infundir esperanza a través de pequeños detalles que acrecientan la sonrisa del prójimo.

La Navidad revitaliza la alegría de la niñez, pero también agrega un fuerte componente de fe en las personas adultas, desde una noble perspectiva que reproduce la ansiada vocación fraterna, de necesaria multiplicación en este mundo dispar. Los propósitos navideños deberían servir de sabia inspiración en los corazones de la gente en toda época, como ferviente pilar en la cristalización de la paz, tolerancia y hermandad.

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