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El Telégrafo

La modesta luciérnaga que brillaba en la música

07 de enero de 2014

No llegué a tratarla como hubiera querido. Alguna vez, durante un evento cultural desarrollado en el Círculo de Periodistas del Guayas hace ya muchos años, me la presentaron. Pero tan solo cambiamos unas contadas frases. Poco tiempo después, en 1988, ella falleció durante un accidente de tránsito ocurrido en Guayaquil.

Cantante, poeta, compositora y gestora cultural, luego de su muerte, Blanca Ron había dejado al país un importante legado, fundamentalmente compuesto por el poemario Mi anhelo -publicado en 1979, auspiciado por el Centro Municipal de Cultura-, y 30 melodías de su inspiración, grabadas por tríos, dúos y solos, con ritmos de pasillos, valses, pasacalles y boleros. La composición musical que era su fuerte, pasaba a ser un laborioso proceso puesto que ella jamás había estudiado música. Apenas si sabía entonar algo en la guitarra, gracias a unas contadas clases que le había dado su amigo el artista Custodio Sánchez Meza. Conforme avanzaba en la composición de alguna melodía, la pasaba a la grabadora, y cuando ya estaba toda completa, se la entregaba al cantante que la iba a interpretar o a los estudios de grabación.

La víspera del Día de la Madre, llegada la noche, Blanquita Ron dio serenatas al pie de los balcones de las progenitoras de quienes la habían contratado.Esa era parte importante de la vida de Blanquita Ron. Una vida de esfuerzos permanentes. Porque entre composición y composición, debía atender a sus siete hijos procreados en su matrimonio con Guillermo Medina y desde que entró a trabajar en la Oficina de Inquilinato de la Municipalidad de Guayaquil, hasta cumplir allí  8 años de labores, y luego, a lo largo de 2 décadas, en el Museo Municipal de nuestra ciudad, tenía que cumplir minuto a minuto con sus responsabilidades de oficinista, en el primer caso, y como guía de arqueología en las salas de exposición del centro cultural. Cuando llegó el desempleo al ser despedida de su trabajo en la Municipalidad por razones políticas, necesitaba comprar libros y cuadernos para sus hijos que ingresaban a un nuevo ciclo de estudios. Buscó entonces el acompañamiento de dos guitarristas y siendo la víspera del Día de la Madre, llegada la noche se dedicó a dar serenatas al pie de los balcones de las progenitoras de quienes la habían contratado.

Esa misma modesta luciérnaga, a quien, sobre todo, le interesaba brillar en la música, vio inmortalizadas sus bellas creaciones por destacados intérpretes: en 1969, el cantante manabita Leonardo Kike Vega grabó ‘Ofrenda’, el primer pasillo de la autoría de Blanquita Ron; ‘El encuentro’, cuya letra pertenece a Medardo Ángel Silva, fue grabado por Olimpo Cárdenas; ‘Duda’, por los Hermanos Villamar; ‘Mujer de amor’, con letra de Martín Torres, fue llevado al disco en la voz de Mélida Jaramillo; ‘El amor’, grabado por el trío Los Brillantes; ‘Desolación’, por Ana Lucía Proaño; ‘Qué lejos del amor’ y ‘Esperanza’, por el dúo Las Costeñitas. Y finalmente, en 1979, Blanca Ron fue llamada por el sello Ónix para grabar un long play con 10 canciones de su autoría.

Esta guayaquileña multifacética -quien ideó y organizó durante 12 años, a partir de 1975, el Recital de Diciembre, evento que anualmente reunía en el auditorio del Museo Municipal a los más aplaudidos poetas de Guayaquil- vio premiada su trayectoria musical en algunas ocasiones. En efecto, el periodista Armando Garcés Mancero, del diario Extra,  la destacó como la Mejor Compositora Guayaquileña de Música Nacional en su columna Guayaquil Luminoso. Y de igual forma, Paco Fuentes Monroy, autor del espacio Audiovisión, de diario EL TELÉGRAFO, en 1981 le entregó a Blanquita Ron una presea como la Mejor  Compositora de Música Nacional, premiación que ella recibió en el teatro Fénix.

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