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El Telégrafo

La memoria política y las élites

08 de octubre de 2012

La memoria es la que siempre está en disputa por cada uno de los individuos en una sociedad. Es el correlato de la historia y en muchas ocasiones la sombra de la historia oficial. La memoria es aquella que permanentemente nos cuestiona lo que somos; la que entra en disputa con los valores morales que tenemos.

La memoria es un suceso continuo de fuerzas por recordar, por intentar recordar con cierta “fidelidad” lo que vivimos, lo que fueron aquellos tiempos que han pasado y que siempre estamos atados por un universo de afectos e interpretaciones. Sin embargo, la memoria es un campo de fuerzas, de luchas por saber continuamente  y no olvidar el pasado. Las élites siempre cuestionaron y temieron la memoria social: aquella que se transmite en silencio, en los gestos, en lenguas diferentes, con códigos propios. Las élites inventaron su propia historia, como respuesta a la memoria social. Las élites hicieron de sus memorias la historia oficial de sociedades enteras.

La oficialización de la memoria, como historia, fue el mecanismo más efectivo y afectivo para que todos “creamos” en un pasado que nos acompaña y que nos obliga a sujetarnos a la tradición. Siempre disputamos a la historia oficial; siempre hay voces que recuerdan, reviven, el pasado en el cual participaron; y esas voces como cuentos son la garantía de no creernos todo lo que nos han enseñado. La memoria y la historia oficial han creado un circuito de disputas por la fuente: o es la palabra hablada o la palabra escrita. Las élites se nutrieron del control de la palabra escrita, desvalorizando la palabra hablada. Y así esa palabra escrita en el derecho, en las leyes atrapó a la política. Para muchos la ley no es política porque, asumen, que está por encima de las creencias políticas y mágicamente nos convertimos en seres civilizados.

La ley siempre cumple el papel de moralizar a la política. Y eso es lo que pasó con los medios privados de información: pretendieron apropiarse de la política convirtiéndose en guardianes de la ley. Se convirtieron en jueces de lo público, desde la administración mercantil de lo privado. Basta observar cómo utilizan su memoria, para evocar tiempos pasados: democracia, instituciones solventes, participación (?). Casi pareciera que el Ecuador fue perfecto, que no hubo sistema hacendatario, que no hubo gamonales, terratenientes, patrones, etc.

De pronto demuestran una incapacidad, como las élites a las que representan, de visualizar el futuro; forzándolos a ver en el Ecuador de las castas, los referentes para la moralización del presente. Aún siguen anhelando y siguiendo los pasos del “patrón galito”: la voz de la Hacienda-Estado por excelencia.

Hicieron de sus voces la voz de la esfera pública; fueron imaginando su Ecuador en blanco y negro. Un país de siervos, de familias perfectas, a imagen y semejanza del Opus Dei.

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