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El Telégrafo

La maldad

05 de enero de 2012

La perversidad tiene múltiples formas y es como el camaleón, cambia de color según la ocasión. Está en permanente evolución, no descansa en su accionar. Es audaz y temeraria, supera nuestra capacidad de asombro. En la maldad hay siempre un orden, crece progresivamente hasta alcanzar lo inimaginable. Lo común en el hombre perverso es ser proclive a buscar la complicidad de los demás, tanto que se regodea a tal punto en su destreza a la manipulación, que tiene la capacidad de presentar el mal con apariencia de bien para que sirva a sus protervos propósitos.

El villano es astuto y sagaz, sabe a ciencia cierta de qué lado estar y a quién dar la razón en el momento oportuno y a su conveniencia, pero por lo general termina inclinándose en la parte del mal, intentando engañar a la opinión pública. En su fuero interno está convencido de que todo saldrá a pedir de boca, pues una larga y esmerada preparación en las malas artes prepara el terreno de la malignidad. Su inclinación a la vileza no es cosa de un tiempo, primero la costumbre se convierte en vicio y luego en arte, que intenta controlar las circunstancias.

El pérfido es también un megalómano, se empeña en hacerse el simpático y aparentar una seriedad que no le acompaña; sin ninguna preocupación moral, utiliza los medios que estima más eficaces para conseguir el fin deseado. Siempre se disfraza de cordero para mostrarse como buena persona, cuando en realidad es un lobo. En su actuar, la hipocresía es una constante y desborda lo creíble. Una promesa solo tiene valor para él, en cuanto guarde relación con sus intereses. Suele burlarse con frecuencia de aquellos que actúan correctamente, no obstante, en la intimidad de sus pensamientos, respeta y hasta envidia a sus adversarios, porque nunca podrá ser como ellos.

Como dijo el activista de los derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos, Martin Luther King: “Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien. Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”.

En verdad, la perfidia es un despilfarro de los valores humanos más preciados, convirtiéndose con el paso de los años en una carga tan pesada para el malediciente que, agrietándole el corazón de tal manera, lo hace insensible al dolor de su prójimo, llevándolo a su propia ruina.

Como corolario, debo precisar que dedico esta pequeña reflexión a los dueños de algunos medios de comunicación social, a ciertos dirigentes empresariales, a la rancia oligarquía y a la vieja clase política ecuatoriana, que están desesperados porque se les acabó la fiesta.

Recordemos las palabras de Robert Kennedy, quien luego de enterarse del asesinato de Luther King, expresó: “Dediquemos nuestro empeño a lo que los griegos escribieron hace ya tantos años: mitigar el salvajismo de los humanos e intentar hacer gentil la vida en este mundo”.

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