Ecuador no existía para nosotros. Como máximo, la línea –imaginaria- del Ecuador, que ni siquiera relacionábamos muy bien con un país. Y en la pregunta reiterada de las pruebas del colegio:
- ¿Cuáles son los dos países de América del Sur que no tienen frontera con Brasil?
Pregunta que por sí misma solo buscaba reducir la importancia de esos dos “paisitos” que ni siquiera tenían frontera con un país-continente como el nuestro.
A veces algún equipo de fútbol, algún jugador que se destacaba por un tiempo. Nada más que eso era Ecuador para nosotros.
Ni la pintura extraordinaria de Guayasamín era conocida, ni la literatura, ni la música. Ecuador era un espacio en blanco en nuestras cabezas. Nadie venía a Ecuador. Si seríamos interrogados acerca del país, máximo sabríamos el nombre de su capital.
Hoy, el personaje ecuatoriano más conocido en el mundo –al punto de que nosotros también nos vemos obligados a conocerlo- es Rafael Correa, el presidente y líder del formidable proceso de transformaciones que Ecuador vive desde hace seis años y que seguirá, dado que Correa fue electo este año en primera vuelta, con una enorme mayoría de votos, para seguir dirigiendo el país.
No sabíamos que Ecuador es muy bonito, que Quito, con su centro bellamente restaurado, es una de las ciudades más lindas de América Latina. Que Guayasamín es uno de los pintores más importantes del continente.
Pero ahora sabemos de Ecuador, conocemos el país, acompañamos el proceso que, junto con el boliviano, es de lo más avanzado que tenemos hoy en América Latina.
La línea del Ecuador ahora deja de ser imaginaria para nosotros. Va marcando el compás de cómo se construyen alternativas concretas al neoliberalismo, enfrentando a la feroz oposición de la derecha –al lado de los viejos medios- y de la ultraizquierda –derrotados contundentemente en las elecciones-, con Rafael Correa con un apoyo superior al 70%.