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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

La ‘izquierda’ calienta las calles y la derecha cosecha en los hoteles

23 de noviembre de 2014

Esta semana ha sido pródiga para entender el comportamiento de la llamada ‘clase política’ ecuatoriana. El paso de Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, por Guayaquil, ayudó mucho. No solo porque refrescó la reflexión y el enfoque de los temas reales de nuestras democracias sino porque puso la vara alta para pensar en las ‘intensas’ coyunturas políticas con otras herramientas conceptuales e ideológicas.

García Linera cita en su libro La potencia plebeya una frase contundente de Robespierre: “El gobierno constitucional se ocupa principalmente de la libertad civil; y el gobierno revolucionario de la libertad pública”. Y es así porque, como dice el Vicepresidente, la crisis estatal en los procesos de transformación de, por ejemplo Bolivia y Ecuador, atraviesa por cinco etapas: el develamiento de la crisis de Estado; el empate catastrófico; la renovación o sustitución radical de las élites políticas; la construcción, reconversión o restitución conflictiva de un bloque de poder económico-político-simbólico a partir del Estado; y, el punto de bifurcación o hecho político-histórico para consolidar un nuevo Estado o reconstituir el viejo.      

Y parece que la ‘izquierda’ nuestra, aquella que ahora sale a las calles a defender la Constitución (sin sustentar cómo se hace carne con leyes, políticas y acciones concretas que le arrebaten a la derecha la hegemonía en campos como la economía y la cultura), sostiene al Estado que debería transformar  al hacerse eco de los postulados más liberales de que se tengan memoria en Ecuador.         

Como diría el Chavo del Ocho, “sin querer queriendo” la ‘izquierda’ más radical y supuestamente ética calienta las calles y exacerba los ánimos para que la derecha coseche en hoteles y mítines bien olorosos el apoyo y el ‘descontento popular’ a favor de una consulta como plataforma para la candidatura presidencial de un exbanquero.

Aceptemos que hay malestar y cierta distancia con el Gobierno desde algunos sectores, por disímiles motivos, pero de ahí a que levanten banderas ultraliberales, en defensa de un constitucionalismo rancio, pidiendo alternancias impúdicas  con evidente moralismo político, solo revela lo que el mismo García Linera dice de sus ‘opositores radicales de izquierda’ en Bolivia: hay “una cercanía cargada de un pudor de clase media cuidadosa de no impregnarse del olor y las luchas reales de los indígenas, y de precautelar sus imágenes personales y su prestigio social”.

Es verdad, esa ‘izquierda’ pudorosa cuando tiene que pasar a la construcción práctica de nuevas estructuras de poder, para derribar el viejo orden neoliberal, como explica García Linera, y con ello “materializar la fuerza de la sociedad sublevada,  se repliega al origen de clase del que provinieron, o al compromiso y expectativa de clase para el que se formaron”.

Incluso, agrega, “con cierta dosis de señoralismo, denigran el dificultoso aprendizaje y los reiterados esfuerzos, retrocesos y nuevos avances en la gestión, propios de un gobierno, compuesto por personas de distinto origen social popular, que no fueron educadas como ‘profesionales’ del poder”.

No hay intervención (en los medios de la derecha ni en las redes sociales) donde esa ‘izquierda’ pura no denigre, ofenda, subestime y menosprecie el trabajo y las ideas del Gobierno, sus aliados o allegados.

Con una intolerancia inconcebible mienten e injurian, como si fuese válido, en la lucha política e ideológica, alejarse de las normas éticas. Eso sí, en complicidad con otros actores (los alcaldes de Quito y Guayaquil, por ejemplo) se callan cuando estos exaltan el trabajo infantil o entregan obras públicas a la empresa privada para su enriquecimiento.    

¿No es entonces hora de confesar para qué y para quién calienta las calles esta ‘izquierda’ que no se moja el poncho?

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