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El Telégrafo

La integración regional en disputa

02 de julio de 2012

Lo sucedido en Paraguay ha motivado una serie de análisis, tanto con rigurosidad académica, como con una ideologización espantosa. De pronto, en un par de días emergieron los “expertos” en política internacional, en sociología política, etc., con afán de encontrar similitudes entre el proceso ecuatoriano y el paraguayo o el argentino; con el objetivo de moralizar la política y concluir que eso pasa con gobiernos que no respetan la voluntad popular, etc.

Y, claro, encontraron en esa infinitud de espacios de “análisis” y de “opinión”, de las empresas privadas de comunicación, todo el tiempo para elaborar discursos y consejos y advertencias al pueblo ecuatoriano, respecto al futuro próximo y, por supuesto, venderse no solo como analistas, sino como candidatos a la presidencia de la República. Es un horror escuchar una serie de discursos sobre la integración, o peor a algún despistado de la historia, el plantear que el Ecuador debe concentrarse en mirarse a sí mismo: ver solo adentro, y tomar distancia de lo que ocurre en la integración latinoamericana.

O si se habla de integración solo piensan que la misma debe ser de exclusividad económica, es decir, como fomentar la circulación de capitales y mercancías, de toda clase y alcanzar más ganancias. Pero lo que es extraño es que a esta altura del siglo XXI y con la historia recorrida, cueste comprender la necesidad de una integración estructural de la región, claro, sin desconocer las asimetrías y diferencias estructurales de cada país, pero sobre todo el que la integración debe ser de carácter sistémicamente político, es decir, que no se reduzca a la vieja práctica de la formalización política, o peor aún, de reducir la política al juego jurídico del derecho -que no debe excluirlo-, pero la política, en su sentido más amplio, significa disputar todos los lugares del poder, no solo del poder formal, sino de todo el orden social, empresas, organizaciones, corporación, centros, movimientos, etc.

Y ahí es cuando los medios públicos deben ampliar la esfera política pública para el debate, para la politización profunda de la sociedad, potenciar la participación que sin duda es necesaria para una integración regional en todas sus estructuras. Hace diez años la región entró en un campo de excepción vital, a partir del cual el entramado institucional ha ido transformándose, pero sería ingenuo creer que se han consolidado las estructuras; paralelamente se debe trabajar el renovar el tejido organizativo de la sociedad.

Aún hace falta una década de transformaciones estructurales que consoliden recién una base y dinámica societal nueva. Hasta que se termine la década, América Latina debe construir dispositivos intrarregionales que permitan la culminación de los cambios necesarios. Dispositivos sistémicos que frenen los intentos de revertir lo alcanzado. Si se habla de un socialismo, este debe ser altamente pragmático, cubierto de una bioética liberadora.

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