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El Telégrafo

La insolencia como arma

01 de octubre de 2012

Desde nuestro abuelo, que llegó a Ministro de la Corte Superior de Justicia de Guayaquil, pasando por nuestros padres y tíos (activos políticos y personas públicas) nos habituamos a una conducta firme, severa, beligerante y combatiente, pero siempre supimos que la insolencia es propia, como ellos decían, de la "canalla enzapatada".

Porque la insolencia es vulgaridad, procacidad, vergüenza propia y ajena, recurso de los incapaces de almas torcidas y mentalidades estrechas: es un insulto despreciable, sin utilizar, necesariamente, términos soeces, aunque poco les falte.

Algunos opositores, particularmente asambleístas, protegidos por una mal entendida "inmunidad parlamentaria", han tomado el atajo de convertirse en insolentes para ejercer un supuesto derecho a la confrontación.

Es ineludible que en la lucha política, en el debate apasionado, en el ataque y la defensa firme, se suba el tono, se ironice y se utilicen términos severos dentro del ámbito de la vehemencia. Pero hay una enorme distancia cuando se pierde el límite, al no obedecer a los principios de la tolerancia que se derivan de los conceptos éticos.

Se puede y se debe ser frontal en los debates, sin mentir ni calumniar, en el uso del lenguaje a favor o en contra de las tesis que sustentan las posiciones antagónicas.

Pero de ello a bajar al plano de la insolencia, es como apelar a las armas de fuego o a las armas blancas, para imponer los criterios, como si se estuviera tras las rejas de una gran cárcel. Cualquier diccionario describe lo que significa la insolencia en el lenguaje de las personas racionales: arrogancia - atrevimiento - audacia - descaro - desfachatez - desparpajo - desvergüenza - impertinencia - osadía - petulancia - procacidad.

Formé mi experiencia periodística bajo el aellero de dos personajes que hicieron historia en la materia: Mi tío paterno, Pedro Jorge Vera (que mantuvo la beligerante revista "La Mañana" y antes, junto a Alejandro Carrión, en la revista "La Calle", los directores y colaboradores usábamos un lenguaje fuerte y duro pero nunca insolente.

Si alguien me leyó cuando escribía la columna "Guaguas de Pan" al inicio del Diario "Expreso"; o en los años que mantuve los "Comentarios de Pedro Páramo" en las radios C.R.E. y Atalaya de Guayaquil y en varias radios de Quito, habrán encontrado un lenguaje firme y severo, pero jamás insolente.

En las contiendas políticas, que he tenido muchas, me caractericé por decir las cosas con frontalidad y defender mis criterios con firmeza: tengo la autoridad para condenar a quienes usan la insolencia en el debate político, porque denigran el nivel de convivencia social que debe corresponder a una colectividad democrática.

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