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El Telégrafo

La humanidad se hunde en Lampedusa

08 de octubre de 2013

El eco de la tragedia de Lampedusa rinde homenaje al número de las víctimas, altísimo; mas a la vez lleva consigo el siniestro olvido de los millares de seres humanos que han hecho de esa franja del Mar Mediterráneo un monstruoso cementerio marítimo. El duelo, efímero y desfachatado, se resume en la doble moral del funeral de Estado organizado para los muertos, y la paradójica persecución por delito de inmigración clandestina para los supérstites, así como previsto por la ley.

El nombre de Lampedusa es tristemente asociado a las continuas tragedias de migrantes que zarpan de las costas líbica y tunecina. El conflicto sirio y la primavera árabe son solamente dos contextos más –y que requerirían por sí solos de respuestas humanitarias ad hoc por parte de Europa- que se suman a las innumerables razones que inducen a millares de seres humanos a huir de condiciones de vida deplorables. La implacable puntualidad de estos ha anestesiado el sentido humano de una sociedad que mira distraídamente a su frontera sur, salvo emitir esporádicas y circunstanciales palabras de luto cuando las muertes rebasan los dos ceros.

No son muertes totalmente ajenas a la responsabilidad de la política italiana. Basta pensar en la ley de inmigración, una mezcla de desconcertante racismo y ciega represión, la cual disuadió a algunos pescadores de prestar socorro inmediato por el miedo a incurrir en el delito de “favorecimiento de la inmigración clandestina”. Es una ley que se sitúa en un contexto discursivo racista, cínico e indiferente, preceptuado inclusive por la cúspide de la autoridad política, la prensa y otros instrumentos de difusión ideológica de masa. Cambiar esa ley tal vez no evitaría las tragedias (aunque la adopción de medidas concretas podría seguramente ayudar), aunque sería sin duda un ejercicio de limpieza moral.

¿Qué nos queda ante esta miseria? Nos queda un Papa que ha organizado hace pocos meses su primera visita pastoral en esta isla. ¡Vergüenza!, ha tronado con autoridad en estos días. Es un precioso aliado en la lucha a la que correctamente ha definido “la globalización de la indiferencia”. Nos queda la solidaridad demostrada en el transcurso de los años por la población de Lampedusa, la cual acaba de ser sugerida como candidata para el Nobel de la Paz. Nos quedan miles de activistas que han intentado restablecer la decencia protestando en contra de las prácticas infrahumanas de los centros de identificación y expulsión italianos, verdaderos campos de concentración modernos inaugurados por el presidente de la República, Giorgio Napolitano. En fin, nos queda la esperanza en una Europa atrincherada y barbarizada.

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