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El Telégrafo

La huella ecológica

01 de agosto de 2012

Cada paso imprime su marca. La ecología guarda también la marca de esos pasos. La “huella ecológica”, es decir, aquella que imprimimos los humanos en el medio ambiente por nuestros consumos y desechos, es distinta en una y otra parte. La pisada de un habitante de un país rico es mucho mayor que la de un habitante de un país pobre. No solo hay una diferencia entre la huella ecológica de un ecuatoriano y la de un holandés, sino que incluso dentro de un país hay disparidades: una es la huella ecológica de un habitante de un barrio rico de Quito o Guayaquil, y otra la de un pobre rural en Licto o Zumbahua.

William Rees y Mathis Wackernagel, autores del libro  “La huella ecológica” (1996), hacen un reductio ad absurdum: si la demanda de energía y materiales continúa al ritmo actual, se requeriría la capacidad de dos planetas Tierra para el año 2030. Una terrible metáfora.

La huella ecológica mide el consumo y los desperdicios de una determinada población en áreas de territorio, por ejemplo hectáreas para proporcionar alimentos o hectáreas de pastos para alimentar el ganado. Es la demanda de recursos naturales de una economía expresada en espacio. Hay ciudades, países o regiones que viven de forma insostenible, pues para subsistir precisan de un espacio mucho más grande del que realmente ocupan.

La apropiación de espacio ocurre también como resultado del comercio exterior. Los países del Norte se apropian de  “capacidad de carga” debido a que los países del Sur les exportamos alimentos y energía barata. En consecuencia, la economía mundial no cesa de utilizar energía, no se “desmaterializa”, todo lo contrario. Así, la energía del carbón, del petróleo o del gas se disipa, se pierde al quemar esos combustibles fósiles.

Al día siguiente hay que ir a buscar más, ya sea en los desiertos de Libia, en las profundidades de la Amazonía o en el fondo del mar del Golfo de México, con los conflictos que eso acarrea. Los metales podrían reciclarse, en parte, pero la demanda total aumenta en las economías en crecimiento y resulta más barato aprovisionarse en las fronteras de la extracción que reciclar.

La huella ecológica, como indicador, presenta limitaciones dado que es imposible disponer de dos planetas. Para muchos -entre quienes me incluyo-, no es el mejor indicador de la sustentabilidad ambiental. La agregación de los consumos y residuos en áreas de superficie implica la reducción de espacios diferentes a la misma unidad (por ejemplo hectáreas).

Tampoco diferencia la intensidad del impacto ambiental: no es lo mismo producir en una hectárea alimentos que destinarle a otros fines. No obstante, nos transmite un mensaje fuerte: cada intervención en la naturaleza causa un estrago. Deja una huella.

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