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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

La historia trágica de dos guetos

01 de agosto de 2014

El 20 de enero de 1942, y en plena Segunda Guerra Mundial, la cúpula máxima del nazismo resolvió en la conferencia realizada en Wannsee la exterminación de los judíos europeos, denominada con singular perfidia la ‘solución final’. La que se inició con integrantes de ese pueblo, que moraban en Polonia, país que había sido derrotado y ocupado por el Ejército alemán, 3 años antes.

El 22 de julio de ese mismo año se produjeron las primeras deportaciones de buena parte de las familias judías residentes en el gueto de Varsovia, lugar de concentración que en 1940 había sido implantado por el Reich germano con el fin de confinar a la población hebrea y aislarla en pleno centro de la capital polaca con un muro de 3 metros de altura y 18 km de extensión.

De esta medida de proscripción se exceptuaba a quienes trabajaban en las fábricas y en la Policía, la misma que debería entregar a las SS, diariamente, a 6.000 de sus compatriotas. El terror arrasó con muchos de ellos, que prefirieron suicidarse al conocer que serían trasladados al siniestro campo de exterminio de Treblinka, recién construido. El 19 de abril de 1943, noche de la festividad de Pesaj, y frente a las nuevas exigencias de exiliar al resto de la población del gueto, organismos de defensa -con apenas mil elementos armados con pistolas, explosivos y cocteles molotov- decidieron enfrentar a las tropas hitlerianas, dotadas de artillería, blindados y tres mil soldados de élite. La resistencia duró 27 días, las bajas judías ascendieron a 6.000; 56.000 residentes del gueto fueron sacados de túneles donde se protegían y de allí a  los campos de la muerte. Pocos sobrevivieron, dejando lecciones de valor y dignidad al orbe. Los alemanes volaron la sinagoga como escarmiento.

El Estado de Palestina fue proclamado en el exilio el 15 de noviembre de 1988. En 1994, de acuerdo a los acuerdos de Oslo entre la OLP e Israel, se estableció la realidad de una república, admitida como el miembro número 195 de la Unesco, el 31 de octubre de 2011, en acatamiento de la resolución 67-19 de la ONU, fue aceptado como Estado observador de las NN.UU., reafirmándose  en dicho dictamen el derecho del pueblo palestino a un territorio con las fronteras existentes antes de la guerra de 1967. Y a Jerusalén como su capital. Millones de palestinos habitan la Franja de Gaza, una delgada posesión que limita con Egipto, Jordania, Israel y el Mediterráneo y que fue parte de los convenios de 1994. Hoy estas tierras son un escenario perverso y sanguinario convertido en un gueto, mayor que el de Varsovia. Bombardeado por aire, mar y tierra por las armas israelíes, su gente sufre lo indecible al observar impotentes  la  muerte de miles de inocentes. La historia se repite casi con calco de tragedia, escenifica el dolor sempiterno y la angustia de millones de  tener bajo sus ojos otro holocausto, que por ser provocado por un pueblo que sufrió lo mismo, bajo el fascismo, y que ahora vindica la violencia y la matanza de los otros hijos de Abraham, nos hace dudar de la condición humana.

Las camarillas fundamentalistas se adueñaron del poder en el Estado judío, hace tiempo los ideales de Ben Gurión y Rabin yacen a los pies de los tanques pensantes que, insuflados de prepotencia y ebrios de poder y de victoria, olvidan las lecciones históricas. La humanidad entera debe recordarles que evoquen a los criminales de guerra juzgados y condenados en Nuremberg y en los Balcanes. La justicia llegará.

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