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El Telégrafo

La ética y el ejercicio político

31 de agosto de 2012

Una equivocada percepción de algún segmento de la opinión pública genera la idea de que la política y la ética son incompatibles, pues según ellos son dos polos opuestos, tales como el agua y el aceite, o el dogma y la ciencia; y también las egregias, con las creencias.

En consecuencia, quienes profesan y ejercen la acción política no son ni pueden ser honestos, peor aún, la premisa vendida a la población de que ningún ser humano honrado puede y debe concentrarse en la actividad ideológica, so pena de transformarse en corrupto con el pertinente descrédito personal y familiar.

Son criterios maniqueístas, totalmente errados, alejados de la verdad científica y, desde luego, de la biohistoria y desmentidos fehacientemente por la práctica de la sustantividad de los pueblos y de gran parte de sus dirigentes valientes, capaces y transparentes, que han ofrendado sus vidas por el bienestar de sus patrias y de sus semejantes. En el devenir de la humanidad sus ejemplos son nutridos y valiosos.

Si tomamos como paradigmas de lo que afirmó el proceso de la independencia americana de los yugos coloniales, sostenidos por los imperios europeos, encontramos políticos que llegaron al máximo sacrificio por sus ideales de libertad y justicia.

La condición humana es fundamentalmente generosa y sustentada en principios universales, los mártires, los próceres y los anónimos hijos del pueblo que intervinieron con todos los riesgos y peligros en las batallas por la libertad eran políticos, que solo recibieron como recompensa -algunos- las tumbas gloriosas y -otros- la ingratitud, la incomprensión de sus conciudadanos.

Michel  Foocault, con severidad social, establece que biopolítica no es ni puede ser y estar basada solamente en “el reparto jerárquico de los bienes de la sociedad”, más bien habría que sustentarlo en la búsqueda de la igualdad de oportunidades para todos, en la solidaridad con los más desvalidos de la comunidad humana.

La política es una ciencia, un arte, una vocación lícita en todo los sentidos, un instrumento de servicio al conglomerado social de gran envergadura en importancia y extremadamente honorable. Empero en el Ecuador, como en muchos países del mundo, el ejercicio político, ubicado en el adecuado y necesario encuadre de la moral y la rectitud, muchas veces fue dejado de lado y olvidado, por ello se han cometido gravísimos desafueros, abusos y crímenes contra la ética pública, no solo de funcionarios gubernamentales, sustancialmente de parte de entes privados. No olvidemos la sucretización y la crisis bancaria.

La búsqueda del poder para implementar con ética sustantiva los preceptos inmutables de la virtud hace más grandes a sus pueblos y a sus líderes, por ello, los delitos contra el Estado, cuando son cometidos por funcionarios de dentro y fuera del aparato estatal, no solo dañan al régimen democrático, lo hacen desde luego con toda la sociedad. 

La falsificación de identidades de centenares de miles de ecuatorianos, realizada por grupos y partidos electoralistas, que huérfanos de apoyo popular acudieron dolosamente para comprar filiaciones en compañías y organizaciones de claras manifestaciones delincuenciales, es la demostración evidente de la otra cara de la moneda: los politicastros inmorales y aventureros.

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