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El Telégrafo

La estrategia del enjambre

08 de febrero de 2013

El gran comunicador social, polaco de nacimiento, Ryszard Kapuscinski entregó a todo el orbe conceptos fundamentales en referencia la ética de la información masiva, que me atrevo a calificar de sentencias históricas, en las que vertió  sus valiosas experiencias en lo profesional y en lo humano. Siendo múltiples sus enseñanzas, hay reflexiones de simientes universales para el ejercicio de la  difusión noticiosa y de opinión del espectro radiotelevisivo y escrito.

El decía: “Cuando la comunicación se volvió un negocio, la verdad dejó de ser tal”; y es que la explosión del periodismo, que ha llegado a una verdadera saturación de los sucesos donde los hechos que no se publican no existen y la veracidad de las especies no se solventan en la confrontación con sus accionantes y actores, ni tampoco en la confirmación de las fuentes, ha permitido  que el valor y la significación de la virtud periodística se inclinen ante la deidad del dinero y sus hijas sacrílegas, la codicia y la mentira. Hace algunos años, un periodista colombiano, considerado un “gurú” por los dueños de un diario nacional, expresaba: “Lo fundamental  de la noticia  es la primicia, por tanto, la verificación  de la misma pasa a un segundo plano”. Es obvio que con premeditación se violentan principios de la moral social en aras del impacto amarillista, y también que, lamentablemente, estas mismas prácticas nocivas se han convertido en políticas de ciertos medios del Ecuador y del exterior autodenominados independientes.

Este criterio fangoso, sin perspectiva lógica, ignora lo decisiva que fue la prensa  con sus modos e instrumentos pedagógicos para el progreso del planeta, y que ahora, con las circunstancias oscilatorias frente a la ética, posibilita la vulneración  de valores excepcionales y, tal vez como manifestación de la decadencia de la cultura occidental, sustrae a la opinión pública del debate sustancial del mundo contemporáneo, aquella misma opinión considerada el tercer factor de la comunicación, que los medios criollos e internacionales la consideran receptora soñolienta y resignada de sus informes y, soslayando su importancia e inteligencia, le entregan cotidianamente infundios e interpretaciones antojadizas de los acontecimientos, cualquiera que estos sean. Novedades sin comprobación alguna se difunden como reales, verdaderas.

Días atrás el periódico español El País publicó una imagen falaz, que podría estar inscrita con honores en el manual de la infamia, por su irrespeto a la persona humana. Se trata de la gráfica de un hombre intubado en un quirófano y que, según ese vocero, era el presidente Chávez. Su mentira sangrienta fue tan grande como el rechazo casi unánime de la comunidad internacional, que obligó a retirar la edición. En nuestra patria no se detuvieron siquiera ante la desnudez de un líder, Jaime Hurtado, asesinado, y un canal de TV lo expuso, ya cadáver y rumbo a lo ignoto. Por todo ello debemos ejercer nuestro derecho a la libertad de expresión para detener los excesos de la mediocracia. Más allá de la Ley de Medios, existen otros mecanismos que Ignacio Ramonet denomina la “estrategia del enjambre”, o sea la convocatoria para  que millones de internautas, en forma ordenada y eficaz, muestren su exigencia a los órganos de difusión de los poderes fácticos, para que obligadamente sostengan el sentido de la objetividad y las consideraciones para el pueblo, y así  desenmascarar y acusar ante la fe pública a quienes violentan los altos postulados de la humanidad.

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