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El Telégrafo

La estrategia colombiana (2)

20 de junio de 2013

En el siglo XX, las únicas excepciones a la política de total sumisión frente a los EE.UU. las marcaron los presidentes Alfonso López Michelsen y Belisario Betancur.

López restableció las relaciones con Cuba (1975) y respaldó la firma de los Tratados Torrijos-Carter (1977). Betancur, por su parte, declaró que su país “no quería ser un satélite de los EE.UU.” y contribuyó a la paz en América Latina, apoyando al Grupo de Contadora y al Grupo de Río, y afiliando a su país al Movimiento de Países No Alineados (1983).

En el intermedio, el gobierno de Turbay retomó su alineamiento con la política imperial, lo que deterioró sus relaciones con Nicaragua y Cuba, y también con México, al criticar un comunicado franco-mexicano que reconocía al FMLN salvadoreño como fuerza beligerante.

De igual modo, Colombia no apoyó la solicitud argentina de que el TIAR la respaldara durante la guerra de las Malvinas. Luego vino el voto negativo contra la entrada de Cuba al Consejo de Seguridad de la ONU y finalmente el nuevo rompimiento de relaciones con Cuba (1981), acusándola de entregar armas al M-19.

Esos lazos profundos entre Colombia y los EE.UU. se mostraron, una vez más, cuando la Secretaría General de la OEA fue ocupada toda una década por otro colombiano, César Gaviria Trujillo, quien antes había sido presidente de su país y llevado al clímax la política neoliberal.

Tal vínculo se evidenció todavía más en 2009, cuando el gobierno de Álvaro Uribe otorgó a los EE.UU., por un acuerdo militar, libre acceso a cinco grandes bases militares y dos bases navales, una en el Atlántico y otra en el Pacífico. Curiosamente, este convenio fue suscrito a los pocos días que los norteamericanos se vieran forzados a abandonar la base aérea de Manta, por una decisión soberana del Ecuador.

Ese mismo año se aprobó la participación de Colombia en la Fuerza Internacional  de Asistencia para la Seguridad (ISAF), a la vez que avanzaba el Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE.UU., que fue aprobado el 10 de octubre de 2011 por el Congreso de los Estados Unidos. Un efecto directo de ese TLC es la formación de la Alianza del Pacífico, entre Colombia, México, Chile y Perú, como parte de una estrategia imperial norteamericana orientada a “la contención de China”.

En el marco histórico descrito, la decisión colombiana de ingresar a la OTAN, o al menos de sellar acuerdos de cooperación con esa organización militarista, solo puede entenderse como la culminación de esa estrategia de total subordinación política de Colombia ante los Estados Unidos, con miras a convertirse en una suerte de “aliado bajo tutela”, algo así como un Israel sudamericano.

Obviamente, el objetivo de tal estrategia militar no es combatir a diez mil guerrilleros, sino preparar medios para tareas mayores, tales como el control de los recursos petroleros, mineros, hidrográficos y otros de la región, por parte del aliado y tutor imperial.

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