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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

La endeblez del adjetivo

03 de marzo de 2015

En los escasos renglones que siguen me referiré al editorial que tuvo a bien dirigirme el secretario nacional de Comunicación, Fernando Alvarado, pero no antes de haberle agradecido por la apertura de un diálogo que enriquece enormemente EL TELÉGRAFO y sus lectores. Anteriormente ya había intentado abrir una saludable confrontación de ideas con “la izquierda de gobierno”. Me sorprende que la primera respuesta que obtengo no venga del sector que interpelé tan de frente y que, contrariamente a Alvarado, parece haber extraviado esa sana inclinación a la discusión que deberíamos tener los progresistas.

Escudriñemos los pormenores de la crítica que me dirige el Secretario Nacional. Alvarado convierte arbitrariamente mi distinción entre la etapa inicial de la Revolución Ciudadana, caracterizada por importantes logros sociopolíticos, y el momento presente, marcado por un decepcionante zigzag, en una consideración sobre el afianzamiento del proceso. No es ese mi punto. Sin embargo, avanza una idea que permite aclarar mi razonamiento: si los primeros años constituyen la línea base sobre la cual medir el desempeño actual, lo que tenemos por delante es un colosal retroceso en cuanto a los mismísimos ideales que se transparentan como objetivos políticos de fondo en el artículo de Alvarado: justicia, derechos, cesación de la explotación y de la desigualdad. En efecto, pasamos de la mano tendida al mundo indígena a la amenaza de desalojo de la sede de una de sus organizaciones históricas, de políticas reproductivas modernas a un curuchupismo medioeval, de propuestas ambientales innovadoras a su notable ausencia, de una política comercial soberana a la firma de un TLC con Europa, de una palpitante mística revolucionaria al hueco adoctrinamiento marquetero, de la persuasión al despliegue policial, de la simpatía mundial para este experimento político a una galopante difidencia.  

Con respecto al tema de las redes sociales -lo cual excluye del discurso a los medios, planos que el Secretario en cambio mezcla erróneamente-, reconozco con Alvarado que la huraña comodidad que otorga el anonimato ha favorecido la producción de una avalancha de expresiones mendaces y vulgares. Pero esa constatación no puede ser acompañada por una generalización simplista: si bien las amenazas no pueden ser toleradas y deben ser perseguidas, otra cosa es la ingenua pretensión de reformar las redes a través de una teatralidad sabatina que agita a los bravucones de la web de todo bando. Sería -además- como pretender que cualquier impudor verbal pronunciado en un bar o en una calle pase por controles de veracidad: una idea estrafalaria, por su imposible y peligrosa aplicación; y contraproducente porque la mejor respuesta es dejar que tales enunciados caigan simplemente en el olvido.

En el estilo argumentativo del Ministro destaca la abundancia de adjetivos o expresiones adjetivadoras. ¿Pero qué hay detrás del adjetivo? El adjetivo no logra explicar ni representar adecuadamente a su objeto. En un texto que pretende criticar y persuadir, el adjetivo es fogoso pero endeble. Su despliegue, si no es acompañado por explicaciones exhaustivas, corre el riesgo de convertirse en un fútil artilugio lingüístico.

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