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El Telégrafo

La encrucijada del SIADE

29 de marzo de 2013

Unas semanas después del golpe de Estado contra el presidente Salvador  Allende, algunos de los evadidos de las fauces del fascismo del gobierno de Pinochet iniciamos una campaña de denuncias  de las atroces violaciones a los  Derechos Humanos que se cometían en la patria chilena y, desde nuestros  países y de aquellos de acogida, buscamos y pedimos la solidaridad de personas y organismos que pudieran ayudarnos en la investigación y en la protección de las víctimas y sus familias de la barbarie de los golpistas, y obviamente la condena a esas prácticas atrabiliarias y monstruosas. Una de esas entidades fue precisamente la OEA y su comisión de DD.HH., donde se presentó un hecho particularmente importante: la tortura y muerte de un hombre de letras y artista mundialmente conocido: Víctor Jara. Mas no tuvimos una respuesta adecuada.

Durante lustros extendidos sostuvimos la denuncia del martirio de Jara sin resultados concretos y mientras existió la dictadura -17 años- su caso, como los de la gran parte de los torturados masacrados y desaparecidos en Chile en ese período sanguinario, no recibió atención relevante del Sistema Interamericano  a pesar de las visitas de delegaciones y personajes de su entorno. Es solo durante la presidencia de Patricio Aylwin que se crea la Misión “Verdad”, que indagó y sacó de las catacumbas las masacres de la tiranía pinochetista. Similares situaciones de ruptura de las garantías fundamentales, las libertades, como el derecho a la vida, la impunidad en muertes y secuestros de miles de personas que se dieron en las satrapías  del Cono sur no recibieron la reacción firme de la OEA y su ente de amparo en DD.HH. Acción que hubiera impedido tanto dolor en las décadas de la impronta neo-liberal en nuestro continente, cuando se supeditaba el factor monetario al humano, obedeciendo el providencialismo pueril y prosaico de Reagan, con la complicidad de la introspección mística y quietista de algún sector de la Iglesia, y con los resabios colonialistas de las cañoneras británicas se sustenta el criterio del “fin de la historia” como la viga maestra del orden mundial y la conculcación de los Derechos Humanos, que se convirtió en una divisa en los  regímenes de fuerza en América Latina, pero al mismo tiempo creció  la resistencia popular como un exponente endógeno sustancial a la miseria, la dependencia y el coloniaje.

Hoy las circunstancias son distintas, hay una conciencia latinoamericana profunda, el manejo de las economías nacionales ya no depende, en la mayoría de las repúblicas, de los lineamientos del FMI y es la hora de la rendición de cuentas de parte de aquellas entidades multilaterales que no actuaron en consecuencia durante el período del desprecio por la condición humana y que fueron generados por fantoches que alimentados por el capital trasnacional ataron a nuestros pueblos. El turno le corresponde a la CIDH y sus garrafales errores de acción y omisión, por decir lo menos. El Ecuador, a través de su canciller Patiño, representa la dignidad  de todos los olvidados en sus DD.HH. antes y ahora; pero, por sobre todo, está logrando que una meta que a los especialistas nos parecía un sueño desde hace tiempo, se ejecute: “La universalización de los Derechos Humanos”.

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