Publicidad

Ecuador, 29 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

La doctrina Monroe a la doctrina energética

25 de noviembre de 2013

La Doctrina Monroe, lanzada por el presidente estadounidense James Monroe en 1823, advertía que cualquier intervención europea en América Latina sería considerada como un acto de agresión, dejando bien claro que América Latina se convertía en su botín económico particular: poblaciones, mercados, producción, recursos naturales, alimentos, etc. Fue esta Doctrina la guía de la intervención en la región, a través de todo tipo de políticas para profundizar una interdependencia asimétrica que sumió a la gran mayoría en la miseria y pobreza; su última fase fue la búsqueda de imponer Tratados de Libre Comercio (TLC) con cada país, pero ha sido un fracaso en general, más aún, con la emergencia de ya no solo gobiernos, sino Estados garantistas de base popular. 

Entonces el viejo lema de “América para los americanos” ha pasado no al olvido sino por una renovación e innovación. Hace unos días el secretario de Estado estadounidense John Kerry declaró que la Doctrina Monroe ha terminado y  que ahora: “Se trata de cómo todos nuestros países se perciban como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando sobre asuntos de seguridad, y adhesión no a una doctrina, sino a las decisiones que tomamos como socios para promover los valores y los intereses que compartimos”.   Deja asentado que lo que interesa es ser socios. ¿Socios en qué? La respuesta es clara: control de la producción, comercialización y consumo de nueva energía en perspectiva de definir: ¿cómo hacer del problema del cambio climático el gran negocio del siglo y por supuesto cómo hacer de él, el nuevo impulsor de la doctrina del libre mercado? En concreto: El continente americano se convertiría en el mercado más grande de la humanidad (mayor que el futuro TLC: EE.UU.-UE).

Mercado que podría cooptar a más de cuatro mil millones de personas en el mundo ya que el continente tiene recursos abundantes en petróleo, carbón, gas, electricidad, etc., suficientes para ejercer un dominio mundial y definir los precios. Sin embargo, hay un obstáculo en este camino: cualquier forma de gobierno que no centre su ideología en el libre mercado, porque distorsionaría las tasas de ganancias necesarias para que el negocio sea rentable. Por eso Kerry alaba el TLC: Canadá, Estados Unidos, México o la Alianza del Pacífico, etc., como la vía hacia la “prosperidad compartida en el hemisferio” e impulsando reformas a las políticas energéticas en todos los países. Sin embargo, el hacer rentable todos estos recursos para contribuir a “mitigar los efectos negativos” del cambio climático exigen altísimos componentes de tecnología de punta que solo dispone EE.UU, con lo cual iniciaríamos una revolución en las viejas estructuras de la dominación continental, obnubilados por una nueva riqueza, una falsa equidad distributiva centrada en el consumo y una falacia democrática centrada en una obsesión del formalismo institucional.

Contenido externo patrocinado