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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

La disputa urbana

26 de mayo de 2014

El desarrollo de una sociedad democrática, equitativa, justa, debe tener una base espacial que exprese ese desarrollo. Con los cambios estructurales que vive Ecuador en el marco del cambio de la matriz productiva, de luchar contra la extrema pobreza, de cambiar el patrón de acumulación dominante, etc., es urgente debatir qué han sido las ciudades en el proceso de dominación en el país.

Las ciudades han sido los escenarios de la estratificación social, del control y dominación socio-espacial. Tengamos presentes las tradicionales divisiones del norte y del sur como ejes de separación de las clases y las castas sociales. Sería ingenuo creer que la ciudad es un simple armado de estructuras, de materiales y estéticas; son precisamente estas estructuras materiales y simbólicas la expresión de los modos de operar de los grupos y élites dominantes que de manera consciente o no, impusieron un modelo de jerarquías de espacios y lugares para que la población actúe bajo parámetros establecidos.

Las viejas bases de las ciudades coloniales y su expansión republicana se han ido subsumiendo al ritmo desbordante de la modernización capitalista; llevándonos a un caos urbanístico insostenible. El mejor caso de las asimetrías sociales en las urbes ha sido la especulación constante del valor del suelo, el llamado engorde de terrenos que depreda, el carácter social de la tierra-suelo, cuando lo que debe primar es la calidad social del mismo en beneficio de las mayorías y de la democratización del espacio público urbano.


El ordenamiento territorial y uso del suelo es la vía para consolidar las ciudades, consolidar el ejercicio del ciudadano a vivir políticamente las urbes. Esto quiere decir que las urbes han sido y son centros de disputa política; generalmente más como el escenario, pero ahora, es la propia lógica de armado de las ciudades la que está en juego. Quienes se oponen a un ordenamiento territorial, lo que buscan es preservar la base espacial del control de las redes que los han sostenido como poderes locales, con todas sus prebendas.


Algunos claman, invocan al pasado colonial, como la matriz cultural del ser perteneciente a una identidad homogeneizante. Son aquellos que claman al imaginario de la España monárquica como la madre patria, a la cual debemos imitar para poder avanzar en el blanqueamiento cultural. El ordenamiento territorial es un asunto político con un centro: el derecho a la ciudad; derecho que exige que las mismas tengan una lógica donde prime el ser humano y no el capital. Y esto es muy concreto: acceso racional al hábitat, movilidad sostenible, control de la contaminación, impulso a la diversidad de las identidades, acceso equitativo a los servicios básicos, etc.


Ya es claro que los sectores conservadores no aceptarán un ordenamiento porque buscarán que se sostenga la diferencia, sus estéticas-raciales frente a los sectores populares. Urge consolidar el ordenamiento territorial que es consolidar la geopolítica de la nación.

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