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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

La deshumanización de la sociedad israelí

29 de julio de 2014

@mazzuele

Mientras la indignación popular se propaga mundialmentecomo un reguero de pólvora en la medida en que las desgarradoras imágenes desde la Franja de Gaza se multiplican, la comunidad internacional procede con su consuetudinaria y exasperante lentitud en las negociaciones para conseguir un cese duradero de las hostilidades. De hecho, no obstante las precarias treguas humanitarias logradas durante el fin de semana, no existe aún el bosquejo de un acuerdo que ponga definitivamente fin a la matanza perpetrada por Israel en Gaza. Esto muy a pesar del innegable activismo diplomático desplegado por el secretario de Estado norteamericano John Kerry, quien incluso mantiene con el primer ministro israelí Netanyahu una amistad decenal. Kerry conoce a la perfección las potenciales repercusiones negativas de la escalada de violencia para todo el Oriente Medio y, pillado por una cámara encendida hace una semana, calificó de infernal a la operación israelí. Como buen demócrata estadounidense, Kerry no se opone al plomo, pero entiende que hay que cuidar la imagen.

Sin embargo, en el clima político israelí las amistades no caben. El esfuerzo de Kerry ha resultado vano, así como sus anteriores intentos para reavivar el diálogo entre Fatah e Israel. Es ahí donde debemos concentrar nuestros esfuerzos de análisis: el Estado judío vive una involución sin precedentes del discurso político nacional, un delirio de omnipotencia que ni siquiera Estados Unidos puede moderar. Las numerosas víctimas palestinas -en su gran mayoría civiles- producen indiferencia, o incluso júbilo en muchos casos, mientras la muerte de cada militar israelí es acogida como una tragedia nacional; paralelamente, Israel subestima la opresión diaria a la cual somete al pueblo palestino: la imparable difusión de los asentamientos en Cisjordania, el régimen de apartheid y la progresiva guetización, las matanzas arbitrarias son tomadas ya como una rutina. Fomentada por una propaganda gubernamental hipernacionalista y belicista, la sociedad israelí vive un proceso de deshumanización que hace que la perspectiva de una paz justa sea una simple utopía.

Acosado por las franjas de la extrema derecha, Netanyahu es en realidad considerado un moderado en el contexto nacional. Debe continuamente lidiar con acusaciones de ser demasiado blando y de hacer demasiadas concesiones. La campaña militar contra Gaza responde en parte a la legitimación política que necesita. En este sentido, está emergiendo que el asesinato de los tres chicos israelíes, cometido hace un mes -tomado como excusa para volver a abrir las hostilidades-, no fue obra de Hamás como lo ha declarado Israel, sino de una célula aislada. En realidad, la iniciativa bélica de estos días responde en particular a la histeria con la cual el establishment israelí ha reaccionado a la reconciliación nacional entre Hamás y Fatah, después de varios años de discordia. La maquiavélica estrategia de la división ha sido siempre perseguida con tenacidad.

Sin embargo, los abusos de Israel se están haciendo cada vez más caros, y el desafío es seguir encareciendo el precio que Israel debe pagar por irrespetar los derechos humanos. La presión externa -política, diplomática y económica- debe ser intensificada hasta el punto de volverse insostenible. El cambio no puede venir de las entrañas de un país que ha perdido totalmente la brújula de la humanidad. Solamente la solidaridad internacional puede devolver un poco de sentido común.

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