Publicidad

Ecuador, 22 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

La década perdida para España

21 de abril de 2012

Si se piensa que el neoliberalismo tomó su forma más horrorosa en América Latina sería un error. El neoliberalismo tiene viejos antecedentes, teóricos y prácticos, tanto en Europa como en Estados Unidos. El neoliberalismo causó graves estragos, a todo nivel, en América Latina; no solo fue en términos económicos, sino que se empaquetó en un discurso del progreso y el desarrollo que implicaba sacrificarse hoy para disfrutar un mañana luminoso, el cual nunca llegó o llegó bajo la forma de una espectacularización del consumo sin límites, claro, a través de una locura crediticia que nutrió a ese monstruo financiero regional y mundial.

América Latina aprendió duramente el cuento del progreso y desarrollo centrado en el mercado, el cual difundió el miedo a tener un Estado con mínimas nociones de control social. Peor aún, se difundía que la dinámica propia del mercado era la base para una sólida democracia y que la política representativa era el modelo idóneo para alcanzar a ser unos buenos ciudadanos, e incluso buenos cristianos.

Hasta cierta izquierda se mareó con esa ilusión de un futuro de progreso: se abandonaron demandas clave en torno a las condiciones materiales de vida a cambio de nociones de derechos y reivindicaciones culturales, que por sí mismas son positivas, pero el problema es que tomaron el lugar central de las demandas y obscureciendo la lucha entre clases, estamentos y castas dentro de organizaciones, movimientos, partidos, tanto hacia adentro como hacia afuera. Sería bueno analizar quiénes y por qué se instituyó la Ley de Desarrollo Agrario de 1994, en el Ecuador. El resultado para la región fue la denominada década perdida.

Del otro lado del mundo se ponían como ejemplo los distintos milagros económicos, el alemán, el japonés y, por supuesto, el español. El “boom” español hizo soñar que se convertiría en el futuro motor de Europa, que serían plenamente europeos, pero lo que no se dijo es que ese milagro estuvo financiado, subsidiado por sus socios comunitarios.

La locura neoliberal encubrió un inflado modelo de bienestar, basado en el financiamiento suntuario, fuerte migración no solidaria, sino por ser competitivos a costa de explotar mano de obra ilegal. Sin embargo, la trampa estaba preparada, el festín económico estaba acompañado con una fuerte despolitización social. Consumo a cambio de acción política. Fortalecer y expandir las clases medias, pero a cambio fortalecer un bipartidismo monárquico.

El resultado es que en medio de la crisis socioeconómica los electores eligen “democráticamente” un gobierno que les ha ofrecido ahorcarlos en aras de la recuperación de un pasado que no volverá porque nunca existió. Peor aún con una monarquía que es una extensión posfranquista profundamente decadente como referente social, a tal punto que existe un fuerte miedo social a terminarla e inaugurar la urgente y necesaria Tercera República. España no es Juan Carlos, ni Repsol.

Contenido externo patrocinado