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El Telégrafo

La crisis actual (2)

28 de mayo de 2012

Hasta ahora circulan bonos sin respaldo, lo que abre las puertas al caos del futuro. Desconocer el riesgo crediticio de tanta transacción de títulos poco fiables provocó un frenesí de compra y venta, semejante al de los tiburones cuando se alimentan, con el que se especuló de lo lindo, lo que socavó la estabilidad de toda la economía mundial. A mayor descuido en el manejo de los créditos, mayores beneficios para las empresas crediticias, parecería rezar este letal axioma.

En resumen, la falta de control del riesgo financiero, los malabarismos numéricos y los títulos empaquetados desencadenaron el actual caos económico. El socorro que los estados otorgaron de inmediato a las entidades quebradas acentuó, según muchos entendidos, esta sensación anárquica.

Aunque un número respetable de economistas proclamen, con alivio, el final de la crisis porque las bolsas se han tranquilizado, la agitación subterránea persiste ya que responde a las tensiones generadas por los capitales sobreacumulados, el gran  endeudamiento de estados y empresas y el exceso de mercancías sobreproducidas.

Sucede en realidad que los mercados son ajenos a los dogmas proclamados por los economistas neoliberales, acerca de la auto regulación del mercado. Prueba de ello es que todos los bancos buscaron el refugio protector del Estado, sobre el que tienen un gran poder de influencia.

El grueso de los recursos del Estado se destina a auxiliar la rentabilidad de la gran banca, que si antes se encontró al borde de la bancarrota, hoy exhibe fuertes ganancias en sus balances, claro está, en detrimento de los demás rubros sociales, excepto el militar.

Con ayuda estatal, la banca sale del berenjenal financiero, aunque el resto de la sociedad cargue con el descalabro. Sin embargo, y a pesar de todo, los problemas que motivaron el estallido financiero subsisten sin modificación alguna, lo que deberá provocar una nueva crisis, peor que la actual. Esto repercute en los precios de las materias primas, los bienes raíces, las monedas y los bienes estatales de los países, que caen de inmediato en la mira del sector financiero especulador, que los convierte en la presa más apetecida.

Nadie duda ya de que la economía capitalista subsiste gracias al soporte del Estado, sin el cual colapsaría. Tampoco se duda de la necesidad de tomar medidas drásticas, el problema radica en qué lugar ajustar y en cómo y cuándo hacerlo, de manera que el impacto sobre la producción, el consumo y la inversión no resulten trágicos.

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