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El Telégrafo

La confesión del dictador

11 de mayo de 2012

Ya no puede negarse más; no se podrá decir ahora -como lo hacían los adictos a la dictadura argentina- que los desaparecidos estaban escondidos en Europa, que nunca existieron o que no existió un plan para asesinarlos. Acabó el silencio de los dictadores: Videla decidió hablar, en la creencia demencial de que ello podría llevar a que “se comprendieran” los motivos del plan macabro que incluyó seguimiento, secuestro, encarcelamiento clandestino, tortura y asesinato de miles de ciudadanos que vivían en Argentina entre 1976 y 1984.

Esto es lo más importante que surge de los dichos de Videla, si bien hay asuntos aledaños que dejan para pensar. Cómo puede hablar Videla con periodistas cuando le plazca, quién autorizó la entrevista, cómo la consiguió el periodista Reato. Por qué salen estas declaraciones de la pluma de un periodista ligado a la hoy ultraopositora editorial Perfil, cuya personal posición ideológica aparece -cuanto menos- indefinida y ambigua.

También se ha discutido “si es bueno” que Videla hable; desde el lugar de apoyo a las víctimas, pero es esperable que también desde el de los victimarios. Más de uno de estos últimos puede haber entendido las declaraciones como una traición a los evidentes pactos de silencio establecidos entre los entonces jerarcas de las FF.AA. argentinas.

Entre los organismos de DD.HH. no ha habido declaraciones públicas formales tras lo dicho por Videla, pero sin dudas que hay molestia por la permisión “de facto” al ex dictador para hablar cuando quiera. Dictador que se ha quejado de que pocos periodistas han querido hablar con él. Como si un multicondenado personero detenido por crímenes aberrantes fuera una estrella de la política a la que todos los periodistas debieran acudir.

Pero todos estas condiciones aledañas (que debieran esclarecerse totalmente, lo que hasta ahora nadie ha solicitado judicialmente, aunque resulta imprescindible) no deben opacar lo central: que efectivamente las declaraciones vertidas han sido muy importantes.

La represión ilegal en Argentina fue, tal cual se demostró en múltiples procesos en tribunales, totalmente planificada y coordinada. No hubo “errores y excesos”, como pretendieron justificar en otros tiempos. Fue una máquina de asesinar completamente codificada según la lógica de la guerra antisubversiva, ajena a cualquier a cualquier límite ético o legal; incluso se robó niños a raudales (si bien Videla pretende que no hubo plan en ese sentido).

Ahora el espanto inaudito de ese nuevo Auschwitz que se implantó en la Argentina desde 1976, de ese inimaginable gran campo concentracionario en que se convirtió al país, tiene un decisivo responsable confeso. Un confeso que ocupó la usurpada Presidencia de la nación, la cúpula misma del proceso. Quien ha sido confeso de sí, tanto como de las responsabilidades criminales de muchos de sus camaradas de armas -y cómplices civiles- que aún permanecen callados.

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