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El Telégrafo

La Colombia de la guerra queda para los ‘uribes’

10 de noviembre de 2013

‘Uribes’ hay en Colombia, Venezuela y Ecuador. Se los ve reunidos en lujosos hoteles  y hasta planificando cómo desestabilizar  los gobiernos de cada uno de estos países. Son los mismos que se juntaban para imaginar golpes de efecto, de Estado y de opinión a través de múltiples y bien financiadas actividades y organizaciones. Claro, con la amplificación mediática de una prensa sin vergüenza alguna para alentar cualquier desestabilización. Y ahora son aquellos que echan chispas por el acuerdo alcanzado por el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC.

Los ‘uribes’ no quieren ni les gusta la paz. Cuando hablan de ella sus labios tiemblan. Sus miradas se pierden en unas arrugas imposibles de ocultar. Basta ver las intervenciones en los debates desatados desde que el pasado martes se anunció que los guerrilleros podrían deponer las armas y tener un parcial  acceso a la participación política. Dicen que no se les puede perdonar a los terroristas y que la única solución es aniquilarlos. Por supuesto, la aniquilación es para los ‘uribes’ seguir con la guerra, financiar grupos paramilitares y sembrar  miedo por todas partes para sostener sus tesis.

Los ‘uribes’ saben que es la última oportunidad para sostener el aparato de la muerte. Y si para eso tienen que ‘comerse’ a Santos...Colombia, ventajosamente, es un país con una enorme sensibilidad. Han sido décadas de desangre que no pueden sino gestar una nueva sociedad pacífica a favor de las transformaciones más profundas. Cuántos no nos hemos preguntado sobre el destino de Colombia en este siglo si en el anterior no hubiese vivido sometida a la guerra, con todo lo emprendedores y creativos que son sus habitantes.

Tampoco hay que soñar despiertos y creer que con este enorme paso se han resuelto todas las contradicciones en ese país. Nadie puede aventurar que el propio presidente Juan Manuel Santos constituya la tabla de salvación de los problemas más agudos de Colombia. Y lo mismo diríamos de los guerrilleros. Si bien han mostrado voluntad de paz, no ha sido muy ingeniosa y política su propuesta de transformación de la realidad. Entonces, por esas mismas razones, los ‘uribes’ saben lo que tienen por ganar y cómo pueden menoscabar esa potencialidad de las dos fuerzas políticas en diálogo y busqueda de un futuro desde La Habana.

Por lo pronto hay un aliento de esperanza que solo podrá alimentarse con un freno poderoso (nacional e internacional) a los ‘uribes’. Por ahí hay un procurador colombiano que hace todo para que nadie tenga protagonismo pacifista: condenó a Piedad Córdova por trabajar por la paz; quiere anular a Gustavo Petro por transformar política y socialmente a Bogotá; y ahora se perfila como el opositor de todo lo que haga Santos por la pacificación.

Y como él hay otros que rondan ese filo letal de la desestabilización para un proceso que en la calle y en la gente común aviva un futuro más cargado de expectativas que de sombras. Los ‘uribes’ saben que es la última oportunidad para sostener todo el aparato de la muerte. Y si para eso tienen que ‘comerse’ a Santos, no lo dudarán. Ya le han echado mucho lodo. Pero el sentido común y la fuerza de la razón pesa más.

Si la selección colombiana de fútbol clasificó al Mundial y eso elevó el ánimo, que sea este enorme paso hacia la paz la razón para que el próximo año sea el punto de partida para un encuentro fervoroso con los mejores valores democráticos que la sociedad colombiana ha buscado durante más de medio siglo. Y con ello, además, en la región andina se podrá vislumbrar un mejor escenario para la integración, porque la presencia y participación política de una izquierda renovada impedirá esos afanes de hundir un proyecto emancipador.

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