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El Telégrafo

La Clementina

26 de diciembre de 2013

La conocí de pasada allá por el año sesenta, en la época en que era propiedad de los suecos. Había ido a pasar unas vacaciones en La Esmeralda, en el cantón Montalvo, y alguien que iba de compras me llevó a esa afamada hacienda, prototipo del orden, la eficiencia y el buen manejo de la tierra.

Desde entonces me interesé por su historia, que era, en líneas generales, la misma de Tenguel, La Elvira y otros enormes latifundios de la costa ecuatoriana: tierras baldías del Estado o sin dueño conocido, que son ocupadas por algún poderoso personaje que las lindera, o tierras sembradas por campesinos, a los que un terrateniente de la región les ‘redime’ (compra) el sembrío, adueñándose de paso de la propiedad.  

Hasta fines de la colonia no hubo latifundios de ese tamaño, porque las leyes lo impedían y las autoridades estaban atentas a la ocupación ilegal de tierras realengas. Pero con la primera expansión cacaotera y luego con la independencia comenzó la ocupación ilegal de tierras públicas, el despojo agrario a las comunidades indígenas, la ‘redención de sembríos’ y el sistema de las ‘cercas que caminan’, por el cual las haciendas de los poderosos crecían de año en año, hasta colindar con otra hacienda de otro poderoso. Así, el sátrapa Juan José Flores formó su latifundio La Elvira, que iba desde la base del Chimborazo hasta la provincia de Los Ríos.

Ese latifundio, con sus 12 mil 200 hectáreas, es el más grande del Ecuador y se dice que también el más grande del mundo...De similar origen es la hacienda La Clementina, que ya era un latifundio y se llamaba Rincón, cuando lo adquirió el médico Sixto Liborio Durán Borrero, abuelo de Sixto Durán Ballén, que lo hizo crecer todavía más y lo convirtió en un gran centro productor de cacao. A sus herederos, los Durán Ballén, les fue tan bien que se fueron a vivir a Alemania, donde formaron la empresa Plantagengesellschaft Clementina. Y allá vivieron espléndidamente hasta que los problemas derivados de la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, las plagas fungosas del cacao, acabaron con esa ‘gallina de los huevos de oro’. Urgidos de dinero, los Durán Ballén la vendieron en 1922 al banco alemán Schroeder.

En 1940, un año después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, los alemanes vendieron el 75% de sus acciones de La Clementina a la rica familia sueca Wellenberg, que luego compró el resto de acciones a otros herederos. En 1978 la compró a los suecos el ‘Rey del banano’, Luis Noboa Naranjo. Y en 1997 pasó legalmente a manos de su hijo Álvaro Noboa, que enjuició a sus hermanos para quedarse con la propiedad.

Ese latifundio, con sus 12 mil 200 hectáreas, es el más grande del Ecuador y se dice que también el más grande del mundo. Y ahora pasará en propiedad comunitaria a sus 1.800 trabajadores, luego de haber sido embargado y rematado por el Servicio de Rentas Internas, por cuenta de impuestos no pagados por Bananera Noboa.

Se trata de una medida verdaderamente revolucionaria, que toca uno de los puntos más sensibles de la estructura socioeconómica del Ecuador. Porque el bien asignado ahora a los trabajadores, por una decisión política del Estado, no solo es el mayor latifundio del país, sino también una de las empresas agrícolas de más alta tecnificación, que produce 6 millones anuales de cajas de banano y posee otros cultivos y una gran reserva forestal.

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