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El Telégrafo

La cizaña

16 de abril de 2013

José Mujica se ha convertido en ídolo de la derecha continental por referirse con palabras descomedidas a Cristina Fernández y su difunto esposo Néstor Kirchner. Dalo Bucaram ha quedado como un lord inglés victimado porque se arrepintió de su gesto descortés, regresó (tarde, mal y nunca) a dar la mano a quienes despreció y recibió el mismo desprecio de vuelta.

Durante la pasada campaña electoral Alberto Acosta fue mimado por los comunicadores solo por estar contra Rafael Correa, tanto así que hasta llegamos a creer que en realidad lo que los medios le reprochaban al presidente reelegido era no ser todo lo izquierdista que se esperaba. Fabricio Correa es consultado hasta respecto de los resultados de los partidos de fútbol. ¿Su principal mérito? Odiar a su hermano y tener con él un conflicto infantil no resuelto que, si por los medios fuera, ojalá y no se resolviera nunca.

En su momento, los personajes citados han recibido una atención mediática inusitada. Poco falta para que terminen dirigiendo las secciones editoriales de todos los periódicos, o por lo menos dando la hora y el pronóstico del tiempo en todos los canales. Sus palabras de descalificación se resaltan en titulares y noticieros audiovisuales de la misma forma con que los cristianos evangélicos fundamentalistas justifican sus acciones con versículos de la Biblia. Verdad absoluta. No importa de qué signo venga su descalificación o si sus palabras y actitudes son más irreflexivas que ponderadas.

Todo esto trae a la memoria uno de los cuentos de “Astérix el galo”, llamado “La cizaña”, en el cual un personaje romano pequeño y artero se dedicó a meter discordia de tal manera que terminó siendo condenado a morir en el circo, devorado por las fieras; pero cuando se encontró en medio de la arena, por obra y gracia de sus malas mañas, los leones comenzaron, sin más, a devorarse entre ellos.

Más que indignación, este tipo de situaciones son de esas que harían reír si no fuera porque están a un tris de hacer llorar. El interés no está en informar sobre lo fundamental, sino en resaltar lo anecdótico, no importa cuán deleznable sea. El objetivo no es opinar, sino criticarlo todo para terminar pescando a río revuelto y ver qué se obtiene de eso. Se ensalzan los humanos egos de los detractores para convertirlos en sus aliados en una pelea suicida. No se pretende crear opinión, sino discordia, a partir de la más burda chismografía. No se trata de defender pensamientos o ideas. Se trata de hacer daño, como sea.

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